La cascada no era muy alta, unos 12 metros, aunque su forma en herradura, la dureza del paisaje que la rodeaba, el cañón que trazaba en el campo de lava, el estruendo y la nube de vapor, elementos que parecían constantes y siempre se combinaban de forma diferente y fascinante, hacían que el lugar fuera cautivador.
Además, era zona de troles, que ya no molestaban a los humanos y, quizá, de un tesoro acumulado en alguna de las cuevas que ocultaba la cortina de agua de la cascada. Eso sí, protegido por aquellas feroces criaturas. Porque un cuento popular (regreso a la recopilación de Hálgrimsson) decía que los troles habían hecho desaparecer a quienes se quedaban a cuidar la cercana granja de Sandhaugar, en este valle de Bardardalur. Y lo hubieran seguido haciendo de no ser por la valentía de Grettir Asmundson que se enfrentó a ellos y los derrotó arrojándolos al cañón y la cascada. Como sospechaba que pudiera haber más troles escondidos tras ella, pidió ayuda al pastor para descolgarse por las rocas, arrojarse a la poza y sumergirse buscando la cueva. Allí encontró un gigante con el que luchó y al que venció. Pero el pastor, al ver la sangre que afluía a la superficie creyó que el vencido era Grettir y se alejó, con lo que nuestro héroe, que consiguió salvar los huesos de los hombres desaparecidos, tuvo que salir por sus propios medios.
Nos fuimos con nostalgia de aquel lugar cargado de historia, leyendas y belleza.
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