Nuevamente fue Javier, mi sobrino y hermano de Jose, quien nos dio el primer dato sobre una información peculiar: los islandeses estaban autorizados para matar a los marinos vascos.
Por supuesto, no localicé nada en la guía ni en ninguno de los libros que fuimos adquiriendo. Tuve más suerte en Internet, donde encontré dos artículos publicados recientemente en ABC y El País, de César Cervera y Ander Izaguirre, respectivamente.
En la actualidad puede resultar extraño que en la Edad Media hubiera ballenas en la costa de Galicia y en el Cantábrico. De esa época provenía la actividad ballenera vasca que alcanza su auge en el siglo XVI, especialmente entre 1550 y 1570, con una estructura empresarial significativa que empleaba a unos dos mil hombres en treinta barcos que capturaban unas cuatro mil ballenas anualmente. En esa época se extendieron hasta el otro lado del Atlántico, a la península del Labrador y a Terranova, en el actual Canadá. También faenaron en Islandia.
La relación con los islandeses, que no cazaban ballenas, era buena. Los vascos pagaban tasas por cazarlas, por desembarcar en sus tierras y por recoger leña. Las pagaban directamente a los jefes locales, no al rey de Dinamarca, en claro incumplimiento del monopolio real a favor exclusivamente de los súbditos daneses. La relación con la población local llegó a ser tan buena que dio lugar a un idioma común vasco-islandés compuesto por 745 palabras. Es increíble lo poco que sabemos de las hazañas de nuestros paisanos.
Nos trasladamos a los fiordos del Noroeste y al verano de 1615. Doce barcos vascos arribaron a sus costas. Tres galeones permanecieron faenando y cazaron once ballenas. Como era habitual, vendieron la carne de los cetáceos a un precio bajo a la gente local, que sí la consumía. El mayor beneficio era el aceite que se extraía y que alcanzaba precios muy altos en el mercado. Cuando se disponían a regresar, el temporal destrozó los barcos contra las rocas, viéndose obligados a pasar el invierno en Islandia. Y empezaron los problemas.
Las tripulaciones se dividieron. Los hombres de Pedro de Aguirre y Esteban de Tellería pasaron el invierno en Vatneyri sin incidencias, aunque se vieron obligados a robar un velero y varias ovejas; pescaron, se hicieron con otro barco y consiguieron regresar a casa. No tuvieron tanta suerte los del capital Martín de Villafranca. Tuvieron varios conflictos con la población local, posiblemente porque aquellos años fueron de grandes hambrunas y no había alimentos suficientes para aquellos 83 hombres que se sumaban a los desfallecidos campesinos.
Poco antes de aquellos hechos, en la primavera de 1615, el rey de Dinamarca Christian IV proclamó, según leo en el artículo de César Cervera, “que los islandeses y los mercaderes daneses tenían derecho a defenderse de los vizcaínos y otros extranjeros, de matarlos y de tomar sus barcos y saquearlos, si se sentían amenazados”. La ley islandesa, además, prohibía a los comerciantes extranjeros pasar el invierno en Islandia.
En Fjallaskagi los hombres de Martín de Villafranca fueron atacados por la noche mientras estaban reunidos descansando en una cabaña. Todos, menos uno, fueron asesinados. La brutalidad con que se emplearon fue desproporcionada, como refleja el relato del islandés Jón Gudmundsson Un relato verdadero de los naufragios y las luchas de los españoles.
En Sandeyri se perpetró la mayor matanza. El sheriff local Ari Magnusson convocó un juicio en Súcavík y declaró proscritos a los balleneros vascos. Con esa cobertura, “acuchillaron sus ojos, cortaron sus orejas, narices y genitales”. El capitán Martín de Villafranca logró escapar temporalmente. Cuando fue alcanzado, “fue golpeado con un hacha, hiriéndolo en el hombro y el pecho, cuando accedió a salir de la cabaña a pedir de rodillas perdón por las supuestas afrentas hacia la población local. Herido, se levantó, salió corriendo y se metió en el agua donde nadó con una fuerza inusitada por lo que creyeron que era sobrenatural”. Los hombres entraron en el mar con una barca, lo sacaron a tierra y lo sometieron a todo tipo de vejaciones.
El 22 de abril de 2015 se celebró una ceremonia de reconciliación y se derogó la proclama del rey de Dinamarca que nadie se había acordado de finiquitar.
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