Como si se tratara de una clase práctica de geología y vulcanología nos trasladamos hasta otra manifestación del magma, una zona geotermal de lodos, charcos burbujeantes y tremendos olores: Hverir y Namafjall.
“Cuidado: suelo inestable y altas temperaturas (80-100°C)”, advertía un panel informativo a la entrada de la zona geotermal. “Por favor, caminen sólo por las sendas y caminos marcados”, aconsejaban.
Me imaginé a Dante acompañado de Virgilio recorriendo el lugar para inspirarse y escribir sobre el infierno en La divina comedia entre columnas de humo y barros hirvientes que destrozarían a cualquiera que se aventurara en el terreno. A 1000 metros la temperatura alcanzaba 200°C y lanzaba al exterior sulfuro de hidrógeno con un olor a huevos podridos tremendo. En otros tiempos, el azufre se extraía en Islandia para producir pólvora.
Sin ese atractivo geológico el lugar podría resultar tremendo. O rabiosamente impresionante para los visitantes que se movían por el terreno yermo de ocre claro donde afloraban lagunas grises. Las nubes componían un color muy similar, incluso más oscuro, igualmente amenazante.
En el entorno de Myvatn el inframundo se manifestaba con naturalidad, se relacionaba con la tierra y con el cielo, hermanaba a los distintos elementos, a las diferentes partes de ese pequeño universo que era nuestro planeta. Sentía una armonía áspera, aguerrida, salvaje. Algo sobrenatural cabalgaba sobre el viento y sus vapores y lo impregnaba de una densidad espiritual que vagaba sin dirección fija.
Un sendero ascendía hacia la cima de la colina de Namafjall. Desde ella se dominaba toda la zona geotermal.
Las fisuras originadas por la confluencia de las placas tectónicas de Europa y América también estaba en el origen de la caldera volcánica de Krafla, más al norte de Hverir. Tomamos una carretera solitaria hacia las montañas siguiendo los indicadores de la central geotérmica del mismo nombre. El peligro volcánico había sido domesticado en favor de los vecinos que se beneficiaban de esta fuente de energía tan habitual en Islandia. Producía 60 MW de potencia.
Muy cerca estaba el cráter Viti, el infierno, con su lago de aguas azules o verdosos, tan hermoso como peligroso. Realmente era parte de esa caldera de 10 kilómetros de diámetro.
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