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Una saga islandesa en autocaravana 109. Una granja en Kolugljúfur.

Nota: La foto no corresponde a esas granjas de Kolugljúfur

Afirmaba el Mahatma Gandhi que la esencia de la India se encontraba en las 500.000 aldeas que jalonaban su territorio. Algo parecido era aplicable a las múltiples granjas en Islandia.
La mayor parte de la población se acumulaba en las ciudades y en los pueblos. Sin embargo, el viajero percibía que aún perduraba aquella forma de vida que había acompañado a los islandeses durante siglos. Es cierto que las condiciones de vida habían progresado positivamente gracias a la maquinaria y a los avances de la ciencia.  Muchos lugares aún recibían el nombre de las granjas cercanas (lo marcaba el sufijo stadir), y en la aparente ausencia del género humano en aquellas tierras siempre aparecía una casa, unas construcciones y una explotación agropecuaria.
Teníamos curiosidad por visitar una granja, como aconsejaban en la guía y en otras lecturas. Una opción hubiera sido pernoctar en una de ellas. Los granjeros habían captado el mensaje del turismo y habían adaptado parte de sus instalaciones para un público esencialmente urbano que desconocía mucho del mundo rural.
Al final, tuvimos ocasión de conocer ese ambiente, aunque fuera... por accidente. Un incidente con el coche en medio del campo nos ofreció la oportunidad.
Sabido es que los troles son criaturas que no se llevan muy bien con los humanos, a los que perturban y atacan, como ha quedado reflejado en leyendas y cuentos populares. La zona de Kolugljúfur y Kolufossar estaba asociada a la trol Kola, quizá simplemente una mujer muy grande con poderes especiales. Varios de los topónimos de la zona se asociaban con ella, como los dos ya mencionados o como la granja principal, Kolugil, la Colina de Kola o la Cama de Kola, el lugar donde se dice que dormía. Han tratado varias veces de localizar su tumba pero cada vez que lo han intentado algo lo ha impedido, como el incendio de la iglesia de Vídidalstunga o la crecida del río. Y mucho me temo que nuestro incidente se debiera a los troles, que nos veían con envidia y con malicia.
Cuando nos quedamos tirados, el vehículo que conducía tras el nuestro paró, se interesó por nosotros y se ofreció a buscar ayuda en una de las granjas que se atisbaban en el valle. Muchos otros vehículos aceleraron para no verse involucrados con la responsabilidad de ayudarnos. Otros lo hicieron cuando nos plantamos en medio de la carretera de tierra embarrada.
Contemplamos cómo aquel vehículo acudía a las tres granjas y, por el resultado, comprobamos que les habían dado calabazas en las dos primeras y  se apiadaron de nosotros en la tercera. El tiempo continuaba desapacible, el viento se animaba y nos dio una tiritona suculenta.

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