La Iglesia fue durante siglos un poderoso componente en la vida del país. Desde que se decidió abrazar el cristianismo a principios del siglo XI, su presencia se fue extendiendo por todo el territorio de la isla. Para congraciarse con ella era habitual donarle bienes, granjas y fincas que pasaban a pertenecer a los santos a los que estaban consagradas las parroquias locales.
Los conflictos entre la Iglesia y el poder secular se prolongaron a lo largo de mucho tiempo. Esencialmente fue una disputa económica y de poder (como resaltaba Gunnar Karlsson en su Breve historia de Islandia), sobre quién debía administrar esos bienes y sus rentas, si debían ser los hijos de los donantes o los obispos, generando continuos enfrentamientos. Para ganar en autonomía, desde 1190 los jefes de los clanes no podían ser ordenados sacerdotes.
El primer obispado de Islandia fue Reykhólt, del que se escindió el de Hólar, que atendía el norte del país desde su fundación en 1106. Su primer obispo fue Jón Ögmundsson que fue elevado a los altares como santo de Islandia. Hólar se encontraba a unos kilómetros por la carretera 76 tomando un desvió hacia el sudeste.
Se ubicaba en el atractivo valle de Hjaltadalur y estaba rodeada de montañas. Un apacible río serpenteaba muy cerca y disfrutaba de un bosque, algo bastante escaso en el país. Aparcamos junto a la catedral. Ésta fue edificada en 1763 y era uno de los edificios de piedra más antiguos. Anteriormente, hubo otras seis iglesias en el mismo lugar, siendo la primera de 1050. El campanario, exento y a pocos metros de la iglesia, era de 1950.
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