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Una saga islandesa en autocarvana 72. Njardvik y Borgarfjördur.


La carretera bajaba hacia Njardvik aprovechando el valle trazado por la erosión hasta el mar. A este lado de la montaña el sol volvía a lucir.
Al llegar a la ensenada, la montaña volvía a girar hacia la derecha y a subir por los acantilados de Njardvik, Njardvikurskridur, de paredes verticales y gloriosas vistas. El avance se hizo más lento por las obras de mejora de la carretera. Mientras estábamos parados o seguíamos a una pesada máquina, recordamos que éste era un terrible lugar de paso donde había perdido la vida mucha gente en el pasado. Desde 1909 no había crecido el número de víctimas, menos mal.

En el acervo popular (los cuentos recopilados por Jón R. Hjalmarsson), esas muertes se atribuían a una extraña criatura conocida como Naddi, con la mitad superior del cuerpo de hombre y la inferior de bestia. Atacaba por las noches, por lo que estábamos fuera de peligro. Además, un cuento popular afirmaba que había desaparecido. Se decía que un día de finales de otoño, el viajero Jón Bjarnason se dirigía desde Njardvik a Borgarfjördur. Se hizo de noche, por lo que las gentes del lugar le aconsejaron no continuar y evitar los ataques de la criatura malvada. No tuvo miedo y continuó. Al alcanzar Naddagill, la guarida de la bestia, fue atacado. Lucharon denodadamente y esa lucha les llevó hasta Krossjadar, donde la criatura escapó y se arrojó al mar. Nunca más se supo de ella. En el lugar se erigió una cruz con una inscripción que obligaba a los viajeros a postrarse y rezar una oración.

Los nombres de aquellos cuentos y leyendas continúan vigentes como topónimos en la zona, una zona asociada con los elfos, criaturas más sociables que los troles. La granja Snotrunes debía su apelativo a la reina elfa Snotra y en Alfaborg, la roca del elfo, se decía que vivía la mayor comunidad de estas criaturas.
Borgarfjördur Eystri era una población pequeña y con mucho encanto abierta a las aguas del fiordo. La aldea, del mismo nombre, también se denominaba Bakkagerdi. Acogía una hermosa iglesia que guardaba un retablo con la escena del sermón de la montaña pintada por un artista local. La escena era tan “local” que el cura se había negado a consagrarlo en su época. Al lado estaba Lindarbakki, una hermosa casa roja recubierta de turba y hierba, tan característica de Islandia.
Junto a una escultura con aspecto de tótem, que probablemente representaba un elfo, un banco daba al mar, a unos acantilados, y allí nos instalamos para comer y contemplar el paisaje. Todo un privilegio.

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