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Una saga islandesa en autocaravana 73. La granja Húsey.


Regresamos por la misma carretera 94, lo que nos permitió ascender nuevamente por las montañas de Dyrfjöll, cruzar el paso de Vatnsskard y descender hacia el llano surcado por los ríos. Cruzamos Lagarfljót y, por la carretera 925, paralela al río Jokulsá á Brú, enfilamos nuevamente hacia la costa.
La llanura aluvial era bucólica, solitaria y salpicada por pequeñas granjas. Los campos verdes mostraban los fardos blancos de la siega, realizada en julio. Había que acumular forraje para que los animales pudieran alimentarse en invierno.

Paramos junto al río para observar los islotes aluviales y, para nuestra sorpresa, nos encontramos con un pequeño grupo de focas que tomaban el sol sobre uno de ellos o se zambullían en las aguas que llegaban a su destino final. Algunas asomaban el rostro curioso y simpático apenas unos segundos.

La granja más importante y representativa de la zona era, sin duda, Húsey. Sus propietarios se habían adaptado perfectamente a los nuevos tiempos. Habían mantenido su actividad agropecuaria y habían sido conscientes del tirón del turismo rural y ecológico que buscaba una experiencia auténtica en medio del campo. Organizaban excursiones a caballo por la finca para avistar focas y aves, muy abundantes y variadas en el lugar. Habían reconvertido parte de sus instalaciones en un sencillo hostel que sólo ofrecía desayuno. El resto de las comidas corrían a cargo del visitante.

Continuamos detrás de un vehículo de caja abierta y poderosas ruedas. Se apeó una mujer ante la verja, la abrió, nos dejó pasar y continuó hacia las construcciones. Cerca de ellas nos bajamos del coche para disfrutar del lugar y de un sol acariciante. Aquella granja entre los dos ríos nos encantó.

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