El lago Myvatn fue el resultado de la agitada vida geológica propia de la zona y, en general, del país. La actividad volcánica, en varias fases, había configurado una extensión de agua de 36,5 kilómetros cuadrados con una profundidad bastante exigua, no superior a 4,5 metros. El lago de las moscas enanas, que ese era su nombre por la sobreabundancia de estos molestos insectos, era de costas recortadas y acogía unas cuarenta islas. Siempre tuvieron fama sus truchas, las más gustosas del país. Las gentes del lago nunca pasaron hambre, incluso en las peores épocas de hambrunas del país.
La carretera permitía rodear completamente el perímetro del lago. La carretera 848 recorría el lado oeste y el sur, y se fundía posteriormente con la de circunvalación, por el oeste. Desde Reykhalíd, iniciamos nuestra exploración. No llevábamos un itinerario rígido así que fuimos confiando en nuestra intuición, lo que dio buenos frutos, aunque nos privó de algún lugar singular, como la cueva Grjólagía, que aparecía en la serie Juego de tronos.
Nuestro primer desvío de la carretera nos condujo hasta Hverfjall (o Hverfell). Era un volcán extinguido de 452 metros, casi simétrico, formado hace 2700 años. Parecía una inmensa montaña de arena negra. Paramos junto a una zona pantanosa que reflejaba su silueta en las aguas y decidimos ascender hasta el cráter. La senda no era difícil y anunciaban buenas vistas. Aparcamos junto a otros muchos vehículos. Minutos después alcanzábamos la cima.
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