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Una saga islandesa en autocaravana 79. Una dieta a la islandesa. O un sandwich mixto.


En el número 40, de 2019, de Icelandic Times, dedicaban un artículo al renacimiento de la comida tradicional islandesa.
Hasta fechas recientes, destacaban, los islandeses se avergonzaban de su comida tradicional como parte de su rechazo o falta de orgullo hacia su herencia milenaria, las casas de turba o las formas tradicionales de vida. Lo nuevo había sustituido a lo tradicional. Pero llegó la crisis de 2008 y esa situación revirtió. Los islandeses volvieron la vista hacia lo ancestralmente suyo, y lo sostenible frente a la globalidad y la producción en masa. Ese fue el espíritu del biólogo Eyjólfur Fridgeirsson, que creó la empresa Íslensk Hollusta.
Rescataron las hierbas, como la angélica, el tomillo ártico o el musgo irlandés, y algas que se utilizaron como remedios caseros y como alimentos. Ingredientes locales tomaron impulso. No los probamos pero los encontramos en los supermercados y tiendas gourmet.
El resultado eran tés herbales, condimentos, especias, aperitivos, zumos y productos para baño elaborados con las hierbas recolectadas. Los productos habían saltado fronteras y se distribuían por Dinamarca (nada menos que al super famoso restaurante Noma de Copenhague), Nueva York o Londres.
En nuestra alimentación seguimos cierto orden para evitar problemas a lo largo del viaje. Nuestros desayunos consistían en zumo de naranja, café con leche y galletas o bizcocho. El zumo sustituía a la fruta y, en mi caso, relajé la ingesta de proteínas (una tostada con fiambre es lo que habitualmente tomo) que dio paso a los hidratos de carbono. Jose es de poco desayunar y yo le insistía para que saliera bien alimentado.
La tostada con fiambre la eliminaba del desayuno porque la comida solía incluir un clásico de nuestras excursiones rodantes: el sándwich mixto. Cuando no era posible una comida caliente durante el recorrido recurríamos al pan de molde, el jamón york y el queso: gustoso y sencillo de preparar. Durante el viaje (como ya ocurrió en Australia) lo probamos con cierta insistencia. El viento y la lluvia impedían a menudo sacar el camping gas y preparar espaguetis, un arroz o una sopa, que quedaban para la cena. La llama se apagaba con frecuencia o el frío retardaba en exceso, e incluso impedía, que el agua hirviera. Una noche, después de observar con ansiedad durante casi una hora cómo el agua no rompía a hervir por el frío (6° con viento), nos rendimos a la practicidad del sándwich mixto.
Al final del viaje, cuando recurrimos a él por consumir más productos calientes, el clásico se vengó de nosotros: el jamón se quedó rancio y el queso floreció. Eran las consecuencias de carecer de nevera y que por la noche la camper se calentaba de lo lindo.
Completamos esa dieta de la comida con ensaladas preparadas de arenque, patata, col o lo que encontráramos con buena pinta en los supermercados. Nos aficionamos a los arenques a la mostaza o al curry, curiosamente, importados de Suecia.
La comida más potente y tranquila era, sin duda, la cena. Con los deberes hechos, y sin tener que continuar hacia ninguna parte, nos permitíamos cocinar algo de carne (el cordero estaba a buen precio, no así el pollo), poco pescado (por el problema de la ausencia de nevera) y un poco de imaginación. Como era habitual encontrar en los campings alimentos dejados por la gente (porque terminaban su recorrido) había que estar atentos por si algún aliño o salsa estaba en buen estado. Esos regalos anónimos animaron en más de una ocasión nuestras cenas.
 Y, hablando de desayunos, nos lavamos los dientes, completamos nuestra toilette y nos lanzamos a conocer el lago Myvatn y sus alrededores.

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