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Una saga islandesa en autocaravana 77. Reykhalid y Myvatn.


Cambiamos de piscina y nos situamos en la que mejores vistas ofrecía sobre el lago y el atardecer. Las nubes partían el horizonte y avanzaban el ocaso, que aún se demoraría un buen rato. No habíamos disfrutado de ese momento mágico del día hasta esa ocasión, con lo que nos encantaba a Jose y a mí. Habíamos apurado los días y las incidencias del tiempo habían ayudado poco. El día de la caminata hacia el avión nos había reconciliado con el atardecer y había que añadir esa experiencia desde el norte.
Con la relajación llegó el cansancio. Nos dejamos llevar por el dolce far niente, por una actitud pasiva que nos hacía gozar más de esos momentos. Habíamos tenido poco tiempo para charlar y descansar.
Nos hubiéramos quedado allí hasta la hora del cierre pero teníamos que encontrar el camping y preparar la cena.
El camping estaba en Reykhalid, la población más grande del lago Myvatn (con 150 habitantes), y justo al lado del mismo. Era de noche y no se veían las aguas. Empezó a llover. Aparcamos, pagamos en la recepción y entramos en la sala comunal, que estaba bastante llena. Remarco lo de bastante porque después se puso a parir. Dos grupos de españoles procedentes de los baños termales irrumpieron y no dejar un hueco libre. Jose se encargó de preparar la cena en las placas disponibles y yo defendí con esmero el hueco que nos había liberado una pareja de franceses mayores con pinta de estirados, que luego resultaron ser muy majetes. Charlé con ellos en francés sobre el recorrido. Ellos iban en dirección contraria a la nuestra.
Hubo un momento de cierto silencio. Sonaron un par de truenos y un chaparrón en toda regla atacó el techo de chapa de la construcción montando un estruendo épico. Los que dormirían en tiendas de campaña, como los grupos de españoles, lo iban a pasar muy mal. El viento acobardaba.

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