Los colores habían cambiado. Sin embargo, la sensación de tranquilidad en el pueblo permanecía inalterable. El agua de la laguna brillaba con mayor intensidad. El cielo estaba abierto. Nosotros respirábamos felicidad.
Montamos en el coche y nos alejamos un poco para tomar una perspectiva diferente de la población. Las montañas que la rodeaban, o que la acogían, estaban surcadas por largos y estrechos riachuelos que se deslizaban por sus grietas. Los barcos de la pequeña flota pesquera se dejaban mecer muy ligeramente.
El faro de Dalatangi era un libro escrito por el popular comentarista deportivo Axel Torres (en colaboración con Víctor Cervantes y con fotografías de Edu Ferrer Alcover) del que me había hablado mi sobrino Javier, nuestro guía previo al viaje. Me quedé con la idea de leerlo, con lo que se lo regalé poco después de nuestro regreso. También era el faro más antiguo de Islandia, el primero que se construyó, allá por 1895. En 1908 le había sustituido el actual, de color naranja. El anterior era de basalto.
El faro se encontraba en el extremo del fiordo Mjóif, Mjóifjördur, uno de los más impresionantes del este que, además, estaba salpicado de ruinas interesantes. Para llegar a él se tomaba una carretera por el norte del fiordo tan espectacular como peligrosa, no apta para los que padecieran vértigo, con tramos del 18% de inclinación (mejor conducir con marcha reductora) y montones de curvas. Las vistas eran alucinantes y la sensación de estar en un lugar primigenio, anclado en el pasado en que la relación entre el hombre y la naturaleza es directa, lo convierte en un lugar mágico. No hagas como nosotros, que no lo visitamos, y adéntrate hasta ese singular extremo del mundo.
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