Empezamos el regreso por el lado noroccidental y se nos ofreció uno de esos regalos que cambiaron nuestra percepción del lago: la cascada Hengifoss, de 118 metros, la segunda más alta del país. La referencia para localizarla era sencilla. Estaba a la altura del puente y había un aparcamiento que suele estar bastante concurrido. Un cartel facilitaba el desvío.
Aconsejan la visita por la mañana, que es cuando el sol impacta de frente sobre la cascada, y en junio o julio, que es el momento de mayor afluencia de agua y que determina una mayor espectacularidad. Aunque era una tarde de finales de agosto no nos decepcionó. Hay que estar preparados para una caminata de unos dos kilómetros y medio con tramos de cierta pendiente, aunque asequibles. En total, invertirás unas dos horas.
Desde las montañas, el río se descuelga y traza un cañón abierto, una herida geológica por donde fluye el agua con fuerza. Esa fuerza se manifiesta en rocas y piedras arrastradas por la erosión. A ese cañón desembocan otros riachuelos que forman otras cascadas. La más espectacular, hacia la mitad del trayecto, es Litlanesfoss, a la que acompaña un arco de columnas basálticas.
0 comments:
Publicar un comentario