Poco después estábamos en Jökullsárlón, otra de las visitas imprescindibles. Aunque hubiéramos querido seguir el consejo de la pareja vasca del camping de Vík no hubiéramos podido: los recorridos organizados para navegar por la laguna ya habían recogido las embarcaciones.
La diferencia de tamaño de la laguna y los icebergs era sensible. El frente del glaciar Breidamerkurjökull era enorme. Para contemplarlo mejor subimos a una colina. Desde lo alto de ella se divisaba también el canal que comunicaba la laguna con el mar y que era por donde desaguaban algunos de aquellos gigantes de hielo.
El perímetro era bastante amplio para recorrerlo a pie. Por eso fuimos hasta los montículos que estaban pegados a la carretera. Allí se encontraban varios icebergs curiosos y contemplamos la combinación de elementos.
Observar el paso de los icebergs hacia el mar tenía premio: las focas. Estos graciosos animales pasaban entre nosotros, se sumergían, se acercaban a los bloques de hielo. En la playa quedaban algunos de esos bloques, ya reducidos de tamaño, que habían sido traídos por las olas.
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