La carretera 26 nos condujo
nuevamente hacia la carretera de circunvalación. Enfilamos rumbo a Hella. Desde
allí, unos 8 kilómetros al sur, se podía visitar el monasterio medieval de
Oddi, “cuna de las eddas nórdicas,
los libros de poesía vikinga más importantes que se conservan”, según leímos en
la guía. Otro lugar que quedó aplazado. Demasiados deberes para el futuro.
También saltamos Hvolsvöllur. Las
granjas que lo rodeaban también fueron escenario de la Saga de Njál. Otro
desvío hacia el interior conducía hacia Thorsmörk por las carreteras 261, 249 y
F249, para lo que se necesitaba un todoterreno o contratar una excursión. Allí
esperaba “un frondoso enclave rodeado de glaciares”, según la Lonely.
El río Markarfljót ha bebido de
las aguas de los glaciares Mýrdalsjökull y Eyjarfjallajökull, ha atravesado
Thosmörk y se dispone a tributar su caudal en el mar. Allí se vuelve ancho y
perezoso, forma requiebros sinuosos y deja aislados islotes aluviales. En el
horizonte parece que unas montañas le cerraron el paso hacia su descanso
definitivo. Nos preguntamos si sería el archipiélago Vestmannaeyjar.
En ese momento del recorrido tuvimos
dudas de a dónde mirar. Jose bajó la ventanilla y disparó la cámara. Yo intuía
las cascadas que se descolgaban desde las montañas. Sólo con un fogonazo de la
vista porque no me podía despistar de la conducción.
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