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Una saga islandesa en autocaravana 28. Una zona de troles.



Estábamos en zona de troles, como atestiguaban varios topónimos, como Tröllkonugil, la garganta de la mujer trol, o Tröllkonuhlaup, el salto de la mujer trol. En un cuento popular (que leí en la recopilación de Jón R. Hjálmarsson) se menciona a dos mujeres troles que eran hermanas y buenas amigas, por lo que se visitaban con frecuencia. Una vivía en la meseta de Búrfell y la otra en el monte Bjólfell. Ambas montañas estaban separadas por el río Thorsá. En aquella zona había una granja denominada Botnar que en aquellos tiempos estaba habitada por un tal Gissur. Un día, se fue a pescar a las Tierras Altas montado en su caballo y acompañado por otra bestia de carga. Cuando hubo pescado todo lo que podía transportar se dispuso a regresar a casa. A la altura de Kjallakatangur escuchó una voz de mujer que decía: “hermana, déjame una olla”. Desde Bjólfell llegó la respuesta en forma de pregunta: “¿para que la quieres?” Al otro lado resonó: “para cocinar un hombre”. Y, otra pregunta: “¿cuál es su hombre?”, y le respondió: “Gissur de Botnar”.
Gissur alzó la vista y vio a la mujer trol que bajaba a toda velocidad hacia Trollkonuhlaup, con lo que dedujo que la trol iba a ejecutar sus propósitos. Saltó a su caballo y cabalgó a toda la velocidad que daba su montura. La trol le pisaba los talones. La gente de la cercana Klofi vio la escena y se puso a tañer todas las campanas de las iglesias, lo que conmocionó a la trol e impidió que alcanzará a Gissur. La trol arrojó su lanza, alcanzó al caballo pero aun pudo llegar Gissur a la granja. El sonido de las campanas había penetrado en la cabeza de la trol y esta se volvió loca. Corrió frenéticamente alejándose de la granja lo que le causó la muerte por la extenuación. El lugar donde cayó se denominó desde entonces como la Quebrada de la mujer trol. Quizá su hermana también se trasladó a este lugar huyendo de los humanos.

Paramos a comer en el Centro Hekla. Estaba dotado de una sala de exposiciones, hotel, restaurante y camping, que a aquella hora estaba desierto. Aparcamos tras la caseta de los baños, sacamos nuestras sillas y preparamos con nuestro fuego una fabada de bote que nos supo a gloria. Era nuestra primera experiencia picnic.

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