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Una saga islandesa en autocaravana 30. Seljalandsfoss y Gljufurárbui



La cascada más espectacular y voluminosa era Seljalandsfoss. Otras más pequeñas caían desde el mismo acantilado vertical que rompía el color verde de la falda de la montaña. El río quedaba entre la montaña y la carretera. Nos desviamos hacia la izquierda y dejamos el coche en el aparcamiento, a rebosar. Era muy popular.
El arco iris coqueteaba con la larga melena de la cascada. Desde cualquier posición era su compañero fiel. Avanzamos hacia ella acompañados de un gran grupo de gente. El cielo estaba claro, el sol resaltaba el verdor general, la luz era pura. Paramos casi frente a ella.

El ritual mandaba rodearla por el interior. Era increíble que en otros tiempos la cascada caía directamente al mar. El camino estaba resbaladizo y acababas mojado, pero merecía la pena observarla desde su espalda, desde la cueva que estaba detrás. De costado era impresionante.
Seguimos el talud de la montaña. Otras cascadas saltaban sobre las piedras. Algunas personas se aventuraban a escalar por lugares no señalizados, con evidente peligro. Preferimos admirarlas desde abajo.

Gljufurárbui era la cascada oculta, cerca de las casas. Una grieta animaba a penetrar en una estrecha cueva. Había que ir por las piedras que salvaban un pequeño arroyuelo. A veces debías esperar porque los turistas se eternizaban buscando la foto imposible para subirla a Facebook, en vez de disfrutar del lugar y el momento. El turismo de postureo hace mucho daño. Se organizó un atasco tremendo.
Después de la estrecha garganta por la que desaguaba, un fogonazo de luz, un hueco en lo alto, un efecto conmovedor. Y todo el mundo rompiendo el encanto subiendo a una roca para una nueva foto. No había forma de disfrutarla en silencio.

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