Seguimos el consejo que nos habían dado y continuamos hacia Sjónarsker y la granja Sel. Era una forma más larga de regresar. También un paisaje diferente desde un mirador privilegiado. Y con bastante menos gente.
Los glaciares se infiltraban entre las montañas formando espectaculares valles. Morsárjökull y Skaftafelljökull abrazaban con sus lenguas de hielo los peñascos. De los glaciares descendían los ríos que acababan serpenteando buscando con afán el camino más corto al mar, con voluntad, con esfuerzo, sin desanimarse por un nuevo obstáculo que les obligara a cambiar de dirección y quizá alejarse de la línea recta que idealmente habían trazado sus cauces por los campos de lava en un bonito espectáculo. El más importante de esos ríos era el Skaftá. Sobre el Skeidará se alzaba el puente más largo de Islandia, con 904 metros.
Por encima de todas las montañas nevadas sobresalía el pico Hvannadalshnúkur, el más alto del país, con 2119 metros. Estaba cubierto por el glaciar Öraefajökull. Debajo, cómo no, un volcán. La grandiosidad del paisaje impresionaba. El hielo brillaba mientras que las montañas del oeste permanecían oscuras y tenebrosas.
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