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Una saga islandesa en autocaravana 43. Hielo y fuego.


Islandia es un país joven y fogoso. La baja temperatura causada por su cercanía al Círculo Polar Ártico la compensa con las efusiones de sus volcanes. Porque la isla está sobre una gran bolsa de fuego que aflora en forma de lava o de aguas termales, y que provoca diversos fenómenos geológicos para regocijo de los visitantes y terror de los residentes. El fuego ha sido causa de muchos de sus desastres, ha marcado la conciencia colectiva. El fuego podía cambiar sus vidas con alguno de sus caprichos. Era un elemento incontrolable, una aleatoriedad suprema.
La continuidad de la jornada discurrió por un paisaje de alto valor ecológico que combinaba una zona volcánica bastante activa, glaciares, campos de lava, montañas de toba y crestas hialoclásticas, rocas de origen volcánico de tipo fragmentario similar a la obsidiana pero sin tanto brillo que se formaban en erupciones bajo el mar, según comprobé en Internet.
Los glaciares cubrían los volcanes, como era el caso del Mýrdalsjökull (cuya traducción era la capa de hielo en el valle pantanoso) que estaba al norte de Vik. Su tamaño era espectacular, entre 600 y 700 kilómetros cuadrados y un espesor de hielo que podía llegar a los 750 metros con un peso excepcional. Le acompañaban otros glaciares más pequeños. Debajo se encontraba el volcán Katla, de unos 1450 metros de altura, 10 kilómetros de diámetro y una caldera que abarcaba unos 110 kilómetros cuadrados. Cuando uno de esos volcanes entraba en erupción provocaba un terrible arrastre de materiales que cubría las áreas por las que pasaba originando inundaciones glaciares (que llamaban jökullhlaup) que formaban llanuras de aluvión (sandur) o llanuras de desbordamiento. Ese era el paisaje al que nos íbamos a enfrentar durante bastantes kilómetros.

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