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Una saga islandesa en autocaravana 39. Vík.


Puntuales nos despertamos a las 7:30. A esa hora la actividad era frenética, como comprobaríamos a lo largo de todo el viaje. Los atascos en la sala comunal, los baños y las duchas eran tremendos.
Decía el escritor islandés Gunnar Gunnarsson que “cada amanecer nos ofrece un poco de redención, pero también algo de remordimiento”. La redención en la carne era el descanso de nuestros cuerpos y el remordimiento no poder empaparnos de todas las opciones y bellezas de aquel lugar. Ese remordimiento es consustancial con el viaje.

La tarde anterior nos había impedido visitar una zona cercana a Vík que prometía unos hermosos lugares. Antes de salir hacia allí nos acercamos a la playa de Arena Negra y dimos un paseo por el pueblo. Sobre el mismo se alzaban unas poderosas montañas escalonadas cubiertas de verde. Sobre uno de esos escalones se alzaba una iglesia blanca de tejado rojo a dos aguas y un puntiagudo campanario. Las vistas desde esa altura debían ser estupendas. Era, además, el lugar de reunión en caso de emergencia.

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