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Una saga islandesa en autocaravana 38. Malabarismos en la oscuridad y una visita inesperada.


Aquella noche el efecto diurético de las límpidas aguas glaciares fue determinante. Cada poco tiempo me vi obligado a salir de la seguridad de la auto caravana.
La puerta lateral se atascaba e impedía que, una vez activado el cierre general, no se pudiera abrir con facilidad desde el interior. La primera noche, Jose se ofreció a salir al exterior y abrir desde fuera. Desgraciadamente, mi edad me obliga en la mayoría de las ocasiones a hacer una parada intermedia en mi sueño para aflojar la vejiga antes de prolongar mi descanso.
Para salir del vehículo me giraba, corría ligeramente la cortina que separaba la zona de descanso de los sillones de conducción, sobrepasaba la tabla que funcionaba como cabecero con los pies por delante, para evitar arrojarme de cabeza contra el salpicadero, arrastraba el culo y con un hábil movimiento de brazos y una flexión de mi cuerpo aterrizaba en el pequeño hueco que quedaba entre el volante y el sillón, me recomponía, abría la puerta, y en calzoncillos (aunque abrigado), emprendía una breve aunque incómoda peregrinación hasta el baño. No estaba dispuesto a incumplir las normas de urbanidad y a dejar mi huella en cualquier sitio, aunque en alguna ocasión apuré de más y estuve a punto de hacerlo.
Después de una de aquellas excursiones me desvelé. Me fijé en el techo de la auto caravana, intenté concentrarme y sentí en los oídos el acariciante susurro de los ronquidos de Jose, ajeno a mis males y al efecto diurético. Perdido en aquellos pensamientos tuve una aparición, aunque sea difícil de reconocer por los más incrédulos.
-¿No puedes dormir?
-Pues ya ves, con tanto movimiento no ligo el sueño. Por cierto, ¿quién eres?
-Soy Fjalla-Eyuindur.
-¿El forajido?
-Sí, él mismo, pero siempre fui una víctima de la sociedad.
-Eso dicen todos.
-Mi caso es diferente.
Como los fantasmas son etéreos no tuve que hacerle hueco en nuestro reducido espacio, aunque me pegué un poco más a la puerta para que ocupara con comodidad la parte central.
-¿Cómo te apañabas como fuera de la ley?
-Malamente. Lo de vivir en las Tierras Altas es tremendo. En invierno el frío se cuela por debajo de las pieles –dijo, ahuecando la vestimenta que tenía un aspecto de lo más ajado y astroso-. El alimento es a base de hierbas y es muy difícil cazar un animal, que están todos durmiendo. La vida social es nula. Las demás personas tienen licencia para matarte.
-Lo más vivo es lo más salvaje –pronuncié esta frase de Thoreau-.
-Eso será para vosotros los visitantes. Lo salvaje está bien para unos días. A mí también me gustaba salir a cazar. Hasta que eres tú a quién quieren cobrar como pieza.
-Por lo menos disfrutas de un entorno hermoso.
-¿En una cueva? Es el único sitio donde estoy seguro y me puede guarecer del frío.
-Tío, ¿decías algo? –me dijo Jose con voz amodorrada.
-Nada, perdona, algún sueño raro.
Jose se dio la vuelta y volvió a entrar en trance. Aún repelé un poco de descanso. No sé qué fue de mi amigo el forajido.

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