Aquella noche el efecto
diurético de las límpidas aguas glaciares fue determinante. Cada poco tiempo me
vi obligado a salir de la seguridad de la auto caravana.
La puerta lateral se atascaba e impedía
que, una vez activado el cierre general, no se pudiera abrir con facilidad
desde el interior. La primera noche, Jose se ofreció a salir al exterior y
abrir desde fuera. Desgraciadamente, mi edad me obliga en la mayoría de las
ocasiones a hacer una parada intermedia en mi sueño para aflojar la vejiga
antes de prolongar mi descanso.
Para salir del vehículo me
giraba, corría ligeramente la cortina que separaba la zona de descanso de los
sillones de conducción, sobrepasaba la tabla que funcionaba como cabecero con los
pies por delante, para evitar arrojarme de cabeza contra el salpicadero,
arrastraba el culo y con un hábil movimiento de brazos y una flexión de mi
cuerpo aterrizaba en el pequeño hueco que quedaba entre el volante y el sillón,
me recomponía, abría la puerta, y en calzoncillos (aunque abrigado), emprendía
una breve aunque incómoda peregrinación hasta el baño. No estaba dispuesto a
incumplir las normas de urbanidad y a dejar mi huella en cualquier sitio, aunque
en alguna ocasión apuré de más y estuve a punto de hacerlo.
Después de una de aquellas
excursiones me desvelé. Me fijé en el techo de la auto caravana, intenté
concentrarme y sentí en los oídos el acariciante susurro de los ronquidos de Jose,
ajeno a mis males y al efecto diurético. Perdido en aquellos pensamientos tuve
una aparición, aunque sea difícil de reconocer por los más incrédulos.
-¿No puedes dormir?
-Pues ya ves, con tanto
movimiento no ligo el sueño. Por cierto, ¿quién eres?
-Soy Fjalla-Eyuindur.
-¿El forajido?
-Sí, él mismo, pero siempre fui
una víctima de la sociedad.
-Eso dicen todos.
-Mi caso es diferente.
Como los fantasmas son etéreos
no tuve que hacerle hueco en nuestro reducido espacio, aunque me pegué un poco
más a la puerta para que ocupara con comodidad la parte central.
-¿Cómo te apañabas como fuera de
la ley?
-Malamente. Lo de vivir en las
Tierras Altas es tremendo. En invierno el frío se cuela por debajo de las
pieles –dijo, ahuecando la vestimenta que tenía un aspecto de lo más ajado y
astroso-. El alimento es a base de hierbas y es muy difícil cazar un animal,
que están todos durmiendo. La vida social es nula. Las demás personas tienen
licencia para matarte.
-Lo más vivo es lo más salvaje
–pronuncié esta frase de Thoreau-.
-Eso será para vosotros los
visitantes. Lo salvaje está bien para unos días. A mí también me gustaba salir
a cazar. Hasta que eres tú a quién quieren cobrar como pieza.
-Por lo menos disfrutas de un
entorno hermoso.
-¿En una cueva? Es el único
sitio donde estoy seguro y me puede guarecer del frío.
-Tío, ¿decías algo? –me dijo
Jose con voz amodorrada.
-Nada, perdona, algún sueño
raro.
Jose se dio la vuelta y volvió a
entrar en trance. Aún repelé un poco de descanso. No sé qué fue de mi amigo el
forajido.
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