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Una saga islandesa en autocaravana 35. Un avión en el páramo II.



Algo más de una hora después alcanzamos el avión. Varias veces se había producido un efecto espejismo, quizá por la ansiedad que crecía al caer más el sol. Allí estaba, sin alas, con pintadas, desposeído y, sin embargo, orgulloso de su estampa. Alguien había escrito que era un lugar inspirador y no le faltaba razón. Quizá ese carácter de ruina abandonada, de Venus de Milo de los aviones, en medio del desierto, era suficiente para cautivar a los curiosos que se subían al ser derrotado que miraba hacia las montañas. El mar quedaba a su espalda.

Lo rodeamos, lo observamos con interés, como analizando su poder de atracción. Hubo un momento que me pareció una estampa en blanco y negro con una pátina de efecto sepia. La gente se subía a sus alas sin ningún respeto, se introducía en el interior, mancillaba su recuerdo.
La cabalgada de regreso fue casi tan rápida como la ida.
El último tramo hasta Vík lo hicimos con la noche pisándonos los talones.
Llegamos al camping de Vík pasadas las nueve. Estaba lleno y tuvimos que aparcar en el extremo de la última fila. Gozaba de unas excelentes instalaciones.

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