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Una saga islandesa en autocaravana 33. Skogafoss.



Entre la montaña y la carretera se extendían hermosos campos de pequeñas granjas. El paisaje apaciguaba los recuerdos volcánicos. Era bucólico, relajante.
Como habían comentado mi sobrino Javier, el hermano de José, y mi amigo Alfred, visitaríamos en el viaje muchas cascadas, aunque cada una tenía su personalidad, lo que las hacía merecedoras a todas ellas de una visita. Por ello, no nos resistimos a hacerle los honores a Skogafoss, cerca de Skogar.

Cuenta una leyenda que el vikingo Thrasi, el primero que se estableció en la zona, escondió un tesoro detrás de Skogafoss. Siglos después, unos audaces aventureros intentaron conseguirlo, pero al tratar de sacarlo, un asa del cofre se desprendió y cayó al fondo. No pudo recuperarse.
El tesoro realmente era esa cascada ancha y poderosa que se descolgaba desde una altura de más de 60 metros. A esa hora de la tarde, y con la incidencia de las nubes, no pudimos disfrutar del habitual arco iris. Avanzamos desde el aparcamiento para observarla desde abajo. Te hacía sentir pequeño. En otras épocas del año su caudal podía ser mayor e inundar parte del terreno por el que caminábamos.

Una escalera en la ladera permitía subir hasta lo alto de la cascada, hasta el lugar desde donde se precipitaba al vacío. Sus taludes rocosos servían de refugio para las aves. Desde ese punto nos regaló una visión de conjunto de aquel espacio entre las montañas y el mar, desde los antiguos acantilados hasta la actual línea de costa. Era una banda de terreno de unos 5 kilómetros que era aprovechada por las granjas. El río serpenteaba hacia el horizonte, la banda horizontal del mar.

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