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Una saga islandesa en autocaravana 31. Volcanes y glaciares. Vatnajökull



Las montañas impiden contemplar con claridad el glaciar que se encuentra a sus espaldas: Eyjafjallajökull. El glaciar está sobre el volcán del mismo nombre que se hizo famoso en 2010 al entrar en erupción y causar uno de los mayores colapsos del tráfico aéreo en las últimas décadas. También fue el detonante para la promoción turística del país. El denominado “glaciar en las montañas con las islas” entró en erupción el 20 de marzo de 2010. No fue importante esa primera erupción. Si lo fue la de 14 de abril de 2010, en el cráter superior, en el centro del glaciar. El deshielo inundó los ríos cercanos. También inundó de cenizas el cielo, que se extendieron por toda Europa obligando a cancelar vuelos y cerrar aeropuertos. El caos fue total. El 23 de mayo cesó la erupción y desde agosto del 2010 se declaró al volcán como dormido.
El sur de la isla acumulaba la mayor parte de los glaciares, seres en continuo movimiento y transformación que se fragmentaban en lenguas, como hijos del hielo. El más importante de todos ellos era Vatnajökull, que tenía treinta de estas lenguas o glaciares secundarios. Allí se originaban muchos de los ríos que corrían hacia el sur. Hacia el norte formaba una meseta dividida en varias zonas por otros ríos glaciares.
Mientras conduces por la carretera de circunvalación y te enfrentas a Vatnajökull aprecias su grandeza, aunque no eres consciente de su inmensidad hasta que lo sobrevuelas. Son 150 kilómetros de largo por 100 de ancho, 7.800 kilómetros cuadrados de superficie (8.538 kilómetros cuadrados en 1958), el 8% del país, y 3.000 kilómetros cúbicos de volumen, lo que le convierte en el de mayor volumen de Europa.
Nuestros medios no nos permitían un vuelo en avioneta o en helicóptero. Tuvimos que esperar al vuelo de regreso, al inicio de la tarde, cuando apreciamos la potencia de ese paisaje de hielo que se extendía hasta el horizonte, que se diferenciaba de las algodonosas nubes blancas, que a veces lo escondían.
El primer glaciar que observamos desde la ventanilla del avión era grande, aunque no demasiado impresionante. Lo achaqué al cambio climático. Fue, posteriormente, unos minutos después, cuando Jose me lo advirtió:
-Lo tenemos debajo.
Y a nuestros pies se extendía brutal, salvaje, con un matiz sereno, con la frialdad de carácter que da la extensa capa de hielo (con un espesor medio de 400 metros y un máximo de 1.000 metros) que gravita sobre la isla que coquetea continuamente con el fuego. Porque estaba sobre una cadena de volcanes.
Crucé esa imagen aérea con la humana y mortal desde la base de la terminación del glaciar.
No era de extrañar que fuera protegido mediante el parque nacional del mismo nombre (creado en 2008), que abarcaba los antiguos parques nacionales de Jökullsargljúfur y Skaftafell, que contemplamos al día siguiente. En total, eran 12.000 kilómetros cuadrados que suponían el 12 % del país.

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