Aunque el paisaje era de una
sequedad extrema, en los mapas y otros materiales de que disponíamos se
anunciaban dos desvíos interesantes. Uno era a Fossabrekkur, el lugar donde se
juntaban dos pequeños ríos con el Rangá, una zona sorprendentemente verde al
abandonar las cenizas del volcán Hekla. El otro era la Cascada de los Ladrones,
Thjofafoss, que debía su nombre a ser el lugar donde se decía que arrojaban en
otro tiempo a quienes gustaban de apropiarse de lo ajeno.
El gran protagonista de la zona,
y también el gran culpable de su aspecto, era el volcán Hekla. Su presencia era
indiscutible a nuestra izquierda adornado con una soberana nube que hacía honor
al sobrenombre que le habían adjudicado el encapuchado. Por debajo de aquella
nube gris asomaban zonas nevadas. Se elevaba en una zona sin competencia,
bastante llana.
El Hekla se originó hace unos
7000 años a consecuencia de una fisura en el terreno. Después de un centenar de
erupciones su talla había ido creciendo hasta los actuales 1461 metros. Se
habían sucedido en una frecuencia aproximada de dos por siglo, aunque en el
siglo XX se había exhibido casi cada década con dos grandes erupciones en 1947
y 1970, y otras menores en 1980, 1981, 1991 y 2000. En el siglo XXI iba con
retraso, lo que atemorizaba aún más por si decidía ponerse al día
sorpresivamente. Se podía subir hasta la cumbre, pero había que sufrir la
inhalación de ceniza que secaba considerablemente la garganta. Teniendo en
cuenta que en la Edad Media afirmaban que era la puerta del infierno, y que sus
cenizas habían envenenado al ganado en otros tiempos, decidimos que mejor era
mantener las distancias. Además, se contaba que cada vez que entraba en
actividad ocurría una guerra o moría un rey, como ocurrió el 17 de enero de
1991. Ese día estalló la Guerra del Golfo y murió el rey Olaf V de Noruega. Lo
dicho, mejor contemplarlo desde lejos.
0 comments:
Publicar un comentario