El alquiler de coches estaba en
un polígono frente a un lago, un lugar atractivo. Era lo primero que veíamos
del país con luz del día. Un taxi nos llevó desde el hotel en cinco minutos por
22 euros. Frente a la nave de la empresa se acumulaban vehículos de todas
clases. Nos atendió un filipino menudo y dicharachero que se extrañó de que
hablara bien inglés.
-Los españoles mayores no hablan
inglés-dijo.
-Perdone, no soy tan mayor.
-Es una vergüenza que el
presidente del gobierno no lo hable. Deberían obligarle a que lo aprendiera-
continuó.
Aunque se puso muy pesado con
este tema, tenía razón. Al contrario que los irlandeses, que hablan inglés
bastante fluido. Aquí las películas se ofrecen en versión original y con
subtítulos. El doblaje español, que quizá es el mejor del mundo, nos ha
incapacitado durante décadas para aprender inglés y hablarlo sin timidez.
Nos asignaron una Dacia Dokker
blanca que debía de haber recorrido el país con intensidad. La puerta del
piloto estaba algo suelta, la corredera del lado derecho se atascaba al llegar
al final y la puerta pequeña de la trasera obligaba a ejecutar un pequeño truco
para abrirse. Nos advirtieron de que los daños a las puertas y a los bajos de
la camioneta no estaban cubiertos a pesar de contratar el mejor seguro por una
fortuna y que nos relajáramos con los pequeños desperfectos causados por las
piedrecillas que saltaban. El vehículo que iba a ser nuestro hogar durante doce
días era robusto y básico. Me acostumbré a su conducción bastante rápido.
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