El itinerario de nuestra segunda
jornada de ruta se concibió de una forma curiosa. Al preparar cada jornada,
establecía un itinerario principal y diversas alternativas que ejecutaríamos en
razón de disponer de tiempo suficiente. Las mencionaba y, en algunos casos,
determinaba que podrían implicar una jornada adicional. Este fue el caso de Thjórsardalur.
Al efectuar una de las revisiones del itinerario lo corrí un día, con lo que lo
previsto por la segunda jornada aparecía en la tercera. Estaba claro que lo
secundario pasaba a principal. Como diría Henry David Thoreau, “creo que hay un
sutil magnetismo en la naturaleza que, si cedemos a él inconscientemente, nos
lleva a donde corresponde”. Lo cual garantizaba el éxito de nuestra decisión.
Después de una sana ducha y un
suculento desayuno recogimos en el camping y nos pusimos en ruta. Nos esperaba
el río Thjorsá, el volcán Hekla y el ámbito de las Sagas. No empezamos
demasiado bien ya que entre indecisiones, despistes y amagos nos entretuvimos
hasta que nos decidimos a tomar el desvío hacia la cascada Urridafoss.
El río Thjorsá es el más largo
de Islandia. Nace en el glaciar Vatnajökull y después de 230 kilómetros de
cabalgada desemboca en el Atlántico. Es también un río caudaloso que produce un
tercio de la energía hidroeléctrica del país. Por eso, la cascada arroja un
caudal de 360 metros cúbicos por segundo y la convierte en la más poderosa del
país.
Quizá Urridafoss no sea la
cascada más fotogénica, porque en este tramo el río se ensancha al acercarse a
su último tramo del recorrido. Tampoco se precipita desde una gran altura, pero
al llegar hasta ella la sensación de poderío es intensa. El río avanza a gran
velocidad con un tono gris que amedrenta, choca contra las primeras rocas,
eleva nubecillas de vapor y monta un estruendo significativo.
Desde el aparcamiento paseamos
bajo el cielo abierto. Las nubes eran pequeñas hilachas suspendidas que apenas
estorbaban el paso del sol. Seguimos la orilla del río y cumplamos aquel
fenómeno de la naturaleza. Nos acompañaban media docena de personas tan
madrugadoras como nosotros.
El escalón del río era breve y
los escollos eran insuficientes para parar la avalancha de agua enfurecida que
saltaba por donde podía, por cualquier resquicio, como en una desordenada
invasión en la que hay que asaltar un puesto intermedio que ofrece una
infructuosa resistencia. Al fondo, el puente nuevo. Aguas abajo, el río se
calmaba.
Como en el caso de Gullfoss,
también hubo un proyecto para construir una presa hidroeléctrica que hubiera
destruido la cascada. La presión local y, quizá, el ascenso del turismo,
echaron por tierra la iniciativa.
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