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Una saga islandesa en autocaravana 21. Thjórsardalur y Urridafoss.



El itinerario de nuestra segunda jornada de ruta se concibió de una forma curiosa. Al preparar cada jornada, establecía un itinerario principal y diversas alternativas que ejecutaríamos en razón de disponer de tiempo suficiente. Las mencionaba y, en algunos casos, determinaba que podrían implicar una jornada adicional. Este fue el caso de Thjórsardalur. Al efectuar una de las revisiones del itinerario lo corrí un día, con lo que lo previsto por la segunda jornada aparecía en la tercera. Estaba claro que lo secundario pasaba a principal. Como diría Henry David Thoreau, “creo que hay un sutil magnetismo en la naturaleza que, si cedemos a él inconscientemente, nos lleva a donde corresponde”. Lo cual garantizaba el éxito de nuestra decisión.
Después de una sana ducha y un suculento desayuno recogimos en el camping y nos pusimos en ruta. Nos esperaba el río Thjorsá, el volcán Hekla y el ámbito de las Sagas. No empezamos demasiado bien ya que entre indecisiones, despistes y amagos nos entretuvimos hasta que nos decidimos a tomar el desvío hacia la cascada Urridafoss.
El río Thjorsá es el más largo de Islandia. Nace en el glaciar Vatnajökull y después de 230 kilómetros de cabalgada desemboca en el Atlántico. Es también un río caudaloso que produce un tercio de la energía hidroeléctrica del país. Por eso, la cascada arroja un caudal de 360 metros cúbicos por segundo y la convierte en la más poderosa del país.

Quizá Urridafoss no sea la cascada más fotogénica, porque en este tramo el río se ensancha al acercarse a su último tramo del recorrido. Tampoco se precipita desde una gran altura, pero al llegar hasta ella la sensación de poderío es intensa. El río avanza a gran velocidad con un tono gris que amedrenta, choca contra las primeras rocas, eleva nubecillas de vapor y monta un estruendo significativo.
Desde el aparcamiento paseamos bajo el cielo abierto. Las nubes eran pequeñas hilachas suspendidas que apenas estorbaban el paso del sol. Seguimos la orilla del río y cumplamos aquel fenómeno de la naturaleza. Nos acompañaban media docena de personas tan madrugadoras como nosotros.
El escalón del río era breve y los escollos eran insuficientes para parar la avalancha de agua enfurecida que saltaba por donde podía, por cualquier resquicio, como en una desordenada invasión en la que hay que asaltar un puesto intermedio que ofrece una infructuosa resistencia. Al fondo, el puente nuevo. Aguas abajo, el río se calmaba.
Como en el caso de Gullfoss, también hubo un proyecto para construir una presa hidroeléctrica que hubiera destruido la cascada. La presión local y, quizá, el ascenso del turismo, echaron por tierra la iniciativa.

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