Nuestra solución habitacional
era modesta: la más básica del mercado. Consistía en una camioneta Dacia
Dokker, una camioneta de reparto adaptada para servir como medio de transporte
y como hogar donde dormir dos personas. Básica pero muy completa
La parte delantera la
denominamos el salón. En ocasiones, la reconvertimos en el comedor, cuando las
condiciones climatológicas impedían hacer vida fuera sin temor a una hipotermia
descalificante. Estaba prohibido comer en el interior, según una pegatina
adosada al salpicadero, y procuramos respetar esa prohibición siempre que
nuestra fortaleza física nos lo permitía. Después de un uso no autorizado
limpiábamos los restos con una escobilla. El salón-comedor también se adaptaba
a biblioteca.
La parte trasera, en la que
tradicionalmente llevaría el transportista la carga, era el maletero y el
dormitorio. Una tabla horizontal dividía los dos ámbitos. En la parte inferior reposaban
las maletas, una mesa y dos sillas plegables, y una caja de plástico o gaveta
para la comida y los utensilios de cocina. La parte superior tenía espacio para
dos colchonetas que se desplegaban para dormir y se plegaban para viajar. Nos
entregaron dos mantas-edredón y dos almohadas, por lo que no fue necesario
utilizar los sacos que llevamos desde Madrid ni las dos mantas y almohadas que
chorizamos en el vuelo de ida a la aerolínea.
Con el avance del viaje todo
rinconcito del vehículo se fue poblando de nuestras pertenencias. Las chanclas
estaban junto a la gaveta, las zapatillas que no utilizábamos en ese momento se
daban cabezazos por la parte final, la toalla ocupaba uno de los respaldos para
que se secara, el salpicadero -bastante amplio, por cierto- estaba adornado con
gorras, gorros, tubos de champú, cremas, desodorantes o toneladas de folletos
duplicados o quintuplicados, el lumo
tenía su lugar asignado en el hueco de la puerta de Jose y la guía en el mío.
Los bañadores y la ropa sucia gozaban de libertad para moverse por el
dormitorio al ritmo de las curvas y los frenazos. Todo caóticamente bien
organizado.
Para nuestra sorpresa, un panel
solar en el techo alimentaba una batería independiente que nutría un sistema de
calefacción realmente eficaz por la noche. El habitáculo quedaba herméticamente
cerrado y no pasamos frío.
Demasiados lujos para tipos tan
aguerridos. En opinión del escritor islandés Gunnar Gunnarsson, dormir al raso
era más satisfactorio:
Tormentas,
nieve y camino al raso,
endurecen
las piernas y suavizan el paso.
Quien a
menudo a cubierto duerme,
ve como
su vida en vano pierde.
Claro que los chicarrones
islandeses son de otra pasta.
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