Nuestra intendencia era bastante
sencilla. Cada dos días repostábamos carburante. En cuanto alcanzaba la mitad
del depósito procurábamos volver a llenarlo, por prevención. También cada dos
días reponíamos provisiones para el desayuno, la comida o la cena. Había que
calcular bien porque nuestro espacio era limitado y no disponíamos de nevera.
Las posibilidades de que se echara a perder lo perecedero se ampliaban con la
calefacción que utilizábamos por la noche para calentar el habitáculo.
Nuestra tercera preocupación era
el camping. Prácticamente todas las poblaciones, por pequeñas que fueran,
disponían de un terreno para acampar con mayores o menores servicios. Estaba
prohibida la acampada libre desde hace unos años. En el sur estaban bastante
bien equipados. A medida que avanzábamos no siempre podías disfrutar de ducha o
de sala social. En la guía venían referencias de estos establecimientos. Las de
Google Maps podían ser un tanto
confusas o equívocas. Las poblaciones más grandes solían garantizar buenos
servicios.
El camping de Selfoss estaba a
las afueras, tras atravesar la ciudad y una urbanización de casas bajas. La
recepción aún estaba abierta. Llegamos en el momento de mayor actividad. Empezó
a llover de forma fina pero persistente. Aparcamos a unos 50 metros de las
instalaciones.
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