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Una saga islandesa en autocaravana 17. Gullfoss


En Islandia, cuando se quiere agasajar a un personaje importante, y sólo se le puede mostrar una de sus maravillas, la elección recae indefectiblemente sobre Gullfoss. Desde el siglo XIX era uno de los grandes atractivos de la isla y en la actualidad es el lugar más visitado. Su belleza y poderío son su carta de presentación.
Nos dirigimos hacia el este, hacia el límite de las tierras del interior. A nuestra izquierda, al norte, se desplegaba el glaciar Langjökull. El río Hvitá, el río blanco, se ocultaba a nuestra derecha abrigado por una falla que había trazado un profundo surco en el terreno. Avanzaba con fuerza, espumoso, blanco, rugiendo hasta precipitarse con estruendo en la cascada Dorada.

La primera visión impresionaba. Un primer escalón geológico provocaba la primera cascada. Luego, se estrellaba contra los paredones y se precipitaba en otra dirección. Allí le esperaba un estrecho cañón de unos dos kilómetros y medio que se perdía al girar hacia la derecha. Cada año avanzaba unos 25 centímetros. Nos acompañó la neblina que provocaba la caída, el cielo gris, el arco iris tímido que se bañaba con los rayos de sol que se filtraban, el sonido titánico, de dioses antiguos. Dicen que ese efecto especial de la luz y el agua es el origen de su nombre. Una leyenda dice que procede del tesoro de oro y objetos valiosos que un vecino arrojó a la cascada.

Su existencia corrió peligro. En 1905 un potentado inglés ofreció al dueño de la finca donde se ubica, Tómas Tómasson, 50.000 coronas en oro por la cascada. Tómas lo rehusó ya que no estaba dispuesto a vender a “su mejor amiga”. Hacia la década de 1920, un consorcio extranjero se hizo con el control de la cascada con malas artes para la construcción de una presa hidroeléctrica. Había obtenido una concesión por 150 años. Sigridur, la hija de Tómas, heredó la propiedad e inició un largo y tortuoso proceso judicial para anular el contrato. Devolvió los pagos que había recibido del consorcio y peregrinó descalza hasta Reikiavik en señal de protesta, amenazando con arrojarse a la cascada. Gracias a dios, el consorcio se quedó sin dinero, no pudieron pagar los cánones de la concesión y se resolvió el contrato. La cascada pasó a manos del estado. Sigridur es honrada con una placa en el lugar como la primera conservacionista del país. Parece que en épocas recientes se ha planteado algo similar con la idea de crear una red de presas que alimentaran de electricidad a la industria del aluminio.

Había que empaparse de ese paisaje seductor y salvaje, de esa exhibición de fuerza. Avanzamos hasta la segunda cascada y el inicio del estrecho cañón. Abrió el cielo, salió el sol. La neblina ocultaba parte de la caída del agua.
Un saliente de la roca formaba un privilegiado mirador hacia las dos cascadas encadenadas. Nos quedamos a merced de esa fuerza. Ascendimos para ganar perspectiva. Nos extasiamos con el espectáculo.

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