En Islandia, cuando se quiere
agasajar a un personaje importante, y sólo se le puede mostrar una de sus
maravillas, la elección recae indefectiblemente sobre Gullfoss. Desde el siglo
XIX era uno de los grandes atractivos de la isla y en la actualidad es el lugar
más visitado. Su belleza y poderío son su carta de presentación.
Nos dirigimos hacia el este,
hacia el límite de las tierras del interior. A nuestra izquierda, al norte, se
desplegaba el glaciar Langjökull. El río Hvitá, el río blanco, se ocultaba a nuestra
derecha abrigado por una falla que había trazado un profundo surco en el
terreno. Avanzaba con fuerza, espumoso, blanco, rugiendo hasta precipitarse con
estruendo en la cascada Dorada.
La primera visión impresionaba.
Un primer escalón geológico provocaba la primera cascada. Luego, se estrellaba
contra los paredones y se precipitaba en otra dirección. Allí le esperaba un
estrecho cañón de unos dos kilómetros y medio que se perdía al girar hacia la
derecha. Cada año avanzaba unos 25 centímetros. Nos acompañó la neblina que
provocaba la caída, el cielo gris, el arco iris tímido que se bañaba con los
rayos de sol que se filtraban, el sonido titánico, de dioses antiguos. Dicen
que ese efecto especial de la luz y el agua es el origen de su nombre. Una leyenda
dice que procede del tesoro de oro y objetos valiosos que un vecino arrojó a la
cascada.
Su existencia corrió peligro. En
1905 un potentado inglés ofreció al dueño de la finca donde se ubica, Tómas
Tómasson, 50.000 coronas en oro por la cascada. Tómas lo rehusó ya que no
estaba dispuesto a vender a “su mejor amiga”. Hacia la década de 1920, un
consorcio extranjero se hizo con el control de la cascada con malas artes para la
construcción de una presa hidroeléctrica. Había obtenido una concesión por 150
años. Sigridur, la hija de Tómas, heredó la propiedad e inició un largo y
tortuoso proceso judicial para anular el contrato. Devolvió los pagos que había
recibido del consorcio y peregrinó descalza hasta Reikiavik en señal de
protesta, amenazando con arrojarse a la cascada. Gracias a dios, el consorcio se
quedó sin dinero, no pudieron pagar los cánones de la concesión y se resolvió
el contrato. La cascada pasó a manos del estado. Sigridur es honrada con una
placa en el lugar como la primera conservacionista del país. Parece que en
épocas recientes se ha planteado algo similar con la idea de crear una red de presas
que alimentaran de electricidad a la industria del aluminio.
Había que empaparse de ese
paisaje seductor y salvaje, de esa exhibición de fuerza. Avanzamos hasta la
segunda cascada y el inicio del estrecho cañón. Abrió el cielo, salió el sol.
La neblina ocultaba parte de la caída del agua.
Un saliente de la roca formaba
un privilegiado mirador hacia las dos cascadas encadenadas. Nos quedamos a
merced de esa fuerza. Ascendimos para ganar perspectiva. Nos extasiamos con el
espectáculo.
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