El momento más deseado llega
con la noche: el Baile de Los Enanos. Es un baile con ironía, tradición y
simbolismo. Algo lo rodea de misterio. Comentan que es una reminiscencia de los
actos del Corpus y de los bailes que emprendían en la procesión enanos y
gigantes. Mi impresión es que ha rebasado ese primer significado por otro más
complejo.
De un cajón cubierto con
una tela oscura sale en perfecta formación un grupo de veinticuatro aristócratas
vestidos de levita. La cabeza la cubren las chisteras, los hombros, las capas.
Son de otra época. Recitan sus versos con cadencia, como salmodiando. Se
introducen nuevamente en su refugio y salen transformados en curiosos enanos de
cabeza enorme y un gigantesco sombrero a lo Napoleón. Es la imagen en neón que
ilumina las calles. Las pelucas blancas y los bigotes amplios les dan un
aspecto gracioso. Empiezan a bailar, a dar saltos, a realizar gestos grotescos
e impúdicos. Se mofan pero transmiten algo que se escapa.
Continuarán por las
calles, prolongarán hasta el amanecer.
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