Las instalaciones del
Centro son interesantes y transmiten un misterio científico. Aprendemos que un
adecuado control de la actividad sísmica permite detectar las erupciones y
tomar las medidas que salvarán muchas vidas y medios.
Fuera nos espera un
paisaje lunar, aparentemente inerte, aunque muy rico para la agricultura. La
superficie ganada al mar por la solidificación de las lavas es muy fértil y lo cubren
las plataneras. La composición es igual que la de la Caldera. Este extremo sur
tiene algo de afligido.
Lavas, cenizas, lapilli y
piedra pómez suenan bajo las suelas de los zapatos. Unas rocas de aristas
peligrosas como lanzas geológicas cargan contra el viento en los recodos del
trazado hacia un profundo cráter. En su interior, la vegetación es una barbita
de puntos verdes a expensas de la voracidad de la montaña.
Junto al mar, los
plásticos y las casas. Creo que no podríamos vivir con la destrucción
adormecida a nuestras espaldas.
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