Nos disponemos a visitar
la punta del puñal que se hunde feroz en las aguas. Hace tanto que las penetró
que pensaríamos que la herida ya no sangra. Pero no han pasado muchos años
desde que la herida abierta liberara un fluido denso de destrucción. La lava
del Teneguía corrió por las laderas negras y las tiñó de energía abrasadora.
Lo tomamos con tiempo y
nos resguardamos en un restaurante de Fuencaliente a comer de ese pescado que
es un atractivo constante de la isla. El otro es el vino blanco que armoniza
tan perfectamente con aquél. Es de esta zona, de los campos que bajan
suavemente las pendientes fértiles.
El folleto de los
volcanes de Fuencaliente es un pequeño tratado de vulcanología. Nuestros
conocimientos se estancaron en el colegio. Sí recordamos las impactantes imágenes
en televisión (en blanco y negro) que mostraban la erupción de 1971. Caminamos
sobre fuego. La Palma es geológicamente joven. El peligro de otra erupción, un
terremoto o un maremoto es inminente, aunque no inmediato. Entra un poco de
canguelo. Sin embargo, nos consuelan con
la información de que las erupciones siempre han sido poco explosivas,
pacíficas y sin víctimas. Son las cosas de una isla de terreno adolescente.
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