El parque arqueológico,
inaugurado en 1.999, se encuentra en el Barranco de la Chicharra, en la
Carretera Hoyo de Mazo a Fuencaliente, kilómetro 7, Lomo Oscuro, Villa de Mazo,
según transcribo del folleto. Se asienta sobre una curva, lo cual no es extraño
en esta isla. En el lugar se ubicaba la Fuente de los Álamos -no creo que
ninguno de los árboles cercanos lo sea-, lo que permitió mantener una tesis
sobre el culto a las aguas y las fuentes. Otras tesis apuntaban a ritos
idólatras al sol y la luna. Menos poéticas, apuntaban a que los petroglifos
eran realmente carteles de aviso de agua o signos para acotar los
aprovechamientos ganaderos de los auaritas, los indígenas anteriores a la
conquista. También, que fueron la residencia de los últimos reyes de
Tigalate-Mazo, Juguiro y Garehagua. La ventaja de tanta tesis es que se pueden
mantener con el mismo respeto que rechazar.
Belmaco plantea un
acertijo con sus petroglifos, símbolos tallados en la piedra en forma de
espirales, círculos concéntricos, laberintos, cruces, signos solares y
serpientes. Sólo pretendo hacerme el mismo lío que los científicos emisores de
teorías sin respaldo unánime.
Camino entre brezos y
fayales, entre carteles explicativos sobre los aprovechamientos del pino, la
palma y el drago, la pesca y los moluscos, la agricultura y la ganadería del
mundo perdido. Hasta que llego a la cueva.
Es una hendidura en el
terreno. Como solución habitacional me parece terrible, pero en el pasado la
gente era menos mirada. Como lugar de culto es misteriosa. Observo los signos y
lanzo mi imaginación sobre las líneas que dan para todas las interpretaciones.
No extraerás de mi mente
los pensamientos que me provoca. Desde luego, no me dejan indiferente.
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