Cuatro por cuatro y
furgonetas de caja abierta, para los campesinos, coches japoneses para los
residentes, y pequeños turismos europeos para los visitantes, forman el
ejército de vehículos de la isla. Parece como si condujeran eternamente por una
rampa de garaje. Para eso, la primera. En segunda se acopla uno a todos los
trazados, pero temes darle un calentón excepcional. La tercera es para
carretera, y no siempre. La cuarta dura poco. La quinta dicen que existe.
Tomo la curva eterna que
es el trazado de las carreteras de la isla y me dirijo hacia el pasado.
Extraño, porque en un vehículo se puede conducir hacia delante o hacia atrás,
hacia el norte o hacia el sur, hacia aquel punto o en dirección contraria,
pero, ¿hacia el pasado?
En una ocasión leí que se
había empezado a rastrear la auténtica identidad de las islas. Y no se me
ocurre otro lugar para mi pequeña aportación que la Cueva de Belmaco. Ya lo
intenté hace más de una década cuando realicé mi primera incursión de un día y
traté, iluso de mí, de resumir la isla en una jornada. No me enteré de casi
nada, pero me dejó el regustillo de la curiosidad y pude afirmar que había
estado aquí. Busqué sin éxito y continué hacia los volcanes. Me quedé sin
arinagadas, los ritos de las brujas indígenas.
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