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La Palma (2005). El mar se dejó seducir por los barrancos 11. Virgen de las Nieves II.



Hasta este destino, una progresión de rampas, de revueltas, de miradores improvisados sobre las montañas, los barrancos y el mar se alían con una visera de nubes en el horizonte. Con la claridad de la mañana provocan la extinción albina del mar. Desde lejos parece calmado pero en el Paseo Marítimo saltaba el muro y regaba la acera.

Los pájaros son el sonido más constante. Lo acompaña el sonido quebrado de las hojas secas, los pasos, algunas voces de la parrilla, la música de los pintores que dan brillo a las maderas. Los vehículos son escasos, los visitantes hacen parada obligatoria en la iglesia, la casa de oración y la del párroco, donde se compra algún recuerdo.


La gratitud de los marineros que salvaron la vida por intercesión de la Virgen colgó sus manifestaciones de los muros. Su paralelo es el repujado de un techo mudéjar con forma de casco invertido. San Miguel da buena cuenta del demonio. Un Nazareno, el Calvario y una Virgen antigua y serena completan la imaginería.

A la espalda, el coro y el órgano, las voces del fervor que en este momento están silenciosas. De frente, el pasillo de los bancos hasta el púlpito, siguiendo los cánones, a la izquierda. Sobre el ábside, unas pinturas al fresco bastante desmejoradas.

El fervor es intermitente: la edad marca su máxima intensidad. La pertenencia a la isla lo multiplica. El foráneo lo estudia con un matiz artístico. Tomo el pulso a la energía del lugar, hace años inaccesible, ahora enfatizado por el paisaje sobrenatural del que soy consciente rodeando la ermita. Es un emplazamiento digno de una Diosa.

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