Antes, no creas que hace
mucho, el trayecto era como una oscura historia de amor y odio con la Caldera:
cuanto te quiero, me acerco a ti, cuánto te odio, me alejo de ti. Los culpables
eran los barrancos. Había que bordearlos en toda su extensión. Pero los
ingenieros quisieron terminar, parcialmente, claro, con esa historia y trazaron
un puente que flota sobre dos de ellos. Está suspendido sobre los abismos. La
línea recta ya no llevaba al abismo, lo superaba. Los dos ámbitos que unía eran
hermanos.
Joseph Roth afirmaba en
la década de 1920, la de la Belle Epoque, que la naturaleza había recibido una
misión: "la razón de su existencia es nuestra distracción. Ya no existe
por sí sola". Más aún: "la naturaleza ha entrado en una guía", o
"todo se acabó el día en que la naturaleza se convirtió en un lugar de
recreo". Sus aseveraciones eran algo exageradas pero, sí es cierto, que la
naturaleza se ha convertido en el banderín de enganche de las actividades de
ocio. Sin esta naturaleza espectacular no tendría sentido atiborrarnos de
curvas.
Tony conduce con pericia,
como corresponde a quien está acostumbrado a estos trazados. El contorno de la
isla es como una estrella de múltiples y quebrados brazos. Por ello, va muy
concentrado y quizá no disfrute tanto de las vistas. Él tendrá más ocasiones
para poder realizar este trayecto y le agradezco la generosidad. Cuando se mira
hacia el interior de dos de esos brazos el barranco asciende hasta perderse en
la bruma de las cumbres. El color verde va perdiendo matices al alejarse de la
costa. El pinar es casi uniforme. La carretera que lo atraviesa tiene vocación
de imposible.
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