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La Palma (2005). El mar se dejó seducir por los barrancos 21.



Antes, no creas que hace mucho, el trayecto era como una oscura historia de amor y odio con la Caldera: cuanto te quiero, me acerco a ti, cuánto te odio, me alejo de ti. Los culpables eran los barrancos. Había que bordearlos en toda su extensión. Pero los ingenieros quisieron terminar, parcialmente, claro, con esa historia y trazaron un puente que flota sobre dos de ellos. Está suspendido sobre los abismos. La línea recta ya no llevaba al abismo, lo superaba. Los dos ámbitos que unía eran hermanos.


Joseph Roth afirmaba en la década de 1920, la de la Belle Epoque, que la naturaleza había recibido una misión: "la razón de su existencia es nuestra distracción. Ya no existe por sí sola". Más aún: "la naturaleza ha entrado en una guía", o "todo se acabó el día en que la naturaleza se convirtió en un lugar de recreo". Sus aseveraciones eran algo exageradas pero, sí es cierto, que la naturaleza se ha convertido en el banderín de enganche de las actividades de ocio. Sin esta naturaleza espectacular no tendría sentido atiborrarnos de curvas.


Tony conduce con pericia, como corresponde a quien está acostumbrado a estos trazados. El contorno de la isla es como una estrella de múltiples y quebrados brazos. Por ello, va muy concentrado y quizá no disfrute tanto de las vistas. Él tendrá más ocasiones para poder realizar este trayecto y le agradezco la generosidad. Cuando se mira hacia el interior de dos de esos brazos el barranco asciende hasta perderse en la bruma de las cumbres. El color verde va perdiendo matices al alejarse de la costa. El pinar es casi uniforme. La carretera que lo atraviesa tiene vocación de imposible.

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