De Barlovento iremos en
paralelo al mar, dirección oeste, hasta Garafía. Paramos en un mirador. La paz
se altera por el sonido del móvil. Si no supiéramos que el mar está al frente
no lo encontraríamos. Se oculta tras otra cortina blanca. Un pino del que no se
sabe dónde están sus raíces se muestra enhiesto. Quizá esté defendiendo su
territorio con la postura arrogante de sus ramas.
Una capa de lava negra,
otra de tierra de monte, adobado con la brisa del mar y unas vistas
impactantes, hacen nacer las plataneras que alimentan la vanidad serena del
paisaje. Los barrancos que dan al mar son fértiles y generosos y se han
acostumbrado al escalonado de plantaciones.
Nos desviamos hacia el
interior y nos acoge un pequeño hotel con encanto. Una delicia para vivir el
amor intenso y pasional, un perfecto retiro con la persona que se quiere.
En otra ocasión nos
introduciremos hacia los petroglifos de Fuente de la Zarza, un parque
arqueológico que muestra algunos de los misterios de los habitantes de la
primitiva Benahore.
En Llano Negro podríamos
bajar hasta Garafía y luego subir a El Pinar y Puntagorda, marcados en el mapa
por el chaval de la oficina de turismo. Pero se nos hace tarde para cenar en
Los Llanos. Tampoco tomaremos en Hoya Grande el desvío hacia el Roque de los
Muchachos. Si que lo tomé en mi primera visita y aun retengo en la mente el mar
de nubes a mis pies en ese paisaje lunar.
Las renuncias serán
objetivos futuros. Deja algo sin ver para obligarte a volver.
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