Cuco es el líder. Es
quien dice qué se canta, el que dirige los intermedios con sus discursos
reivindicativos y a veces excesivamente vehementes, trastabillados por la
tartamudez. Hoy le falta el punteo. Adosa la mejilla a la curva de la guitarra,
como mimándola, se inspira y lanza su voz, la primera voz, más fluida que en
sus peroratas. Le acompaña Rafael, la segunda voz y maracas, una voz alta que
se acopla a la perfección a la de Cuco. Le calificaría como un cachondo
desenfadado.
Mario toca el cajón. Sencillo,
goza con la música y el relajo de esos encuentros. Sufre cuando le da la vena
política a Cuco. Curiosamente, no conoce las letras de las canciones, o esa
sensación da, que quizá se debe a su afán de no protagonismo. Pulsa con primor
las láminas de metal de su marimba.
Efraín es el encargado de
las tablas. Es el que pasa más desapercibido. Viene con su mujer, Raquel,
madrileña que me confunde con mi hermano.
Las canciones ilustran
los sentimientos de los habitantes de la isla: la nostalgia, el amor, el humor,
los desencuentros o la amistad. Las voces se desgarran o se animan con
ramalazos de ironía. Boleros, guarachas, canciones que nos suenan de Cuba o de
Los Sabandeños llenan el ambiente. El mar se vuelve espejo de nuestros
corazones.
Hermanarse en torno a la
música es una práctica encantadora. Da un motivo para reunirse, para conversar,
para armonizar las voces. Las voces que se armonizan contribuyen a la amistad
más intensa.
Tony exclama que quiere
llorar. Desea las canciones sentimentales que le transportan a su alma. La
repetición de esta petición achispada nos hace reír. Quizá por eso Cuco no le
hace mucho caso y sigue con su repertorio de siempre.
En el intermedio sacan
una parrillada. Descubro la morcilla dulce. Los embutidos son gustosos y
aromatizan el círculo formado por los participantes.
Llegan parejas que vienen
a cenar, alguna familia que intercepta la serenata con algunos gritos joviales.
Paran un instante, escuchan una canción y siguen hacia su mesa. La cena quedará
espontáneamente amenizada con las hermosas canciones que conocen desde chicos.
De noche, bajo la parra,
se nota el frío. El dueño cierra y nos deja en la terraza. Se agotará el hielo
y le echaremos de menos.
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