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La Palma (2005). El mar se dejó seducir por los barrancos 31. Tenderete con Son Montuno II



Cuco es el líder. Es quien dice qué se canta, el que dirige los intermedios con sus discursos reivindicativos y a veces excesivamente vehementes, trastabillados por la tartamudez. Hoy le falta el punteo. Adosa la mejilla a la curva de la guitarra, como mimándola, se inspira y lanza su voz, la primera voz, más fluida que en sus peroratas. Le acompaña Rafael, la segunda voz y maracas, una voz alta que se acopla a la perfección a la de Cuco. Le calificaría como un cachondo desenfadado.

Mario toca el cajón. Sencillo, goza con la música y el relajo de esos encuentros. Sufre cuando le da la vena política a Cuco. Curiosamente, no conoce las letras de las canciones, o esa sensación da, que quizá se debe a su afán de no protagonismo. Pulsa con primor las láminas de metal de su marimba.

Efraín es el encargado de las tablas. Es el que pasa más desapercibido. Viene con su mujer, Raquel, madrileña que me confunde con mi hermano.

Las canciones ilustran los sentimientos de los habitantes de la isla: la nostalgia, el amor, el humor, los desencuentros o la amistad. Las voces se desgarran o se animan con ramalazos de ironía. Boleros, guarachas, canciones que nos suenan de Cuba o de Los Sabandeños llenan el ambiente. El mar se vuelve espejo de nuestros corazones.

Hermanarse en torno a la música es una práctica encantadora. Da un motivo para reunirse, para conversar, para armonizar las voces. Las voces que se armonizan contribuyen a la amistad más intensa.


Tony exclama que quiere llorar. Desea las canciones sentimentales que le transportan a su alma. La repetición de esta petición achispada nos hace reír. Quizá por eso Cuco no le hace mucho caso y sigue con su repertorio de siempre.

En el intermedio sacan una parrillada. Descubro la morcilla dulce. Los embutidos son gustosos y aromatizan el círculo formado por los participantes.

Llegan parejas que vienen a cenar, alguna familia que intercepta la serenata con algunos gritos joviales. Paran un instante, escuchan una canción y siguen hacia su mesa. La cena quedará espontáneamente amenizada con las hermosas canciones que conocen desde chicos.

De noche, bajo la parra, se nota el frío. El dueño cierra y nos deja en la terraza. Se agotará el hielo y le echaremos de menos.

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