Se anunciaban acuíferos y
flujos de agua, pero debe de manar lejos de nuestro trayecto, alfombrado por
las piedrecitas de lava y por la pinaza, las agujas secas que tienen que ser
mortales en caso de incendio. Por desgracia, la Caldera los ha sufrido con
frecuencia. Quizá por ello los pinos canarios han desarrollado esa gruesa
corteza para revivir tras su paso.
La senda es a tramos
peligrosa. A la izquierda nos acompaña un terraplén al que se puede caer por
los deslizamientos del terreno o por un derrumbe inesperado. Caminamos con
tino, Beby delante, Tony en medio y yo al final para no interceptar la marcha
cuando me detengo a hacer fotos. Fotografiaría cada lugar que permiten los
pinos al abrir sus formaciones. La oportunidad se ofrece en cada extremo de los
barrancos.
Las aves nos sobrevuelan
y obligan a no olvidar el cielo, apacible en su azul claro, impenitente por el
sol. La gorra es absolutamente necesaria.
Tony demuestra su
agilidad y se sube a un árbol que con un brazo de su tronco forma una hache a
la que le falta una pata.
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