Ni siquiera los turistas
del crucero que ha atracado esta mañana en el puerto pueden arrinconar la
calma. El que la conserva sin inmutarse es el cura de la estatua, Manuel Díaz.
Detrás, la Iglesia del Salvador. Entre el pórtico y la torre, de sillares
oscuros por la lava, el cuerpo blanco. El blanco se prolonga en las columnas
del interior. Pero lo más espectacular es el techo mudéjar. Me entretengo entre
las tallas.
La esquina de la plaza
triangular más cercana al Ayuntamiento la habita con su balcón acristalado la
Universidad. En el ángulo interior, la fuente.
Me introduzco en la sede
de una naviera. No me importaría trabajar en este patio tan típico, tan
castellano y al tiempo tan insular. Como nadie me lo impide me cuelo y camino
como un cliente necesitado de asesoramiento. Son bastante confiados porque han
dejado abierta la caja fuerte de hace más de un siglo y unas puertas decoradas
graciosamente. Podría consultar sus archivos.
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