La ciudad es de calles
estrechas y empinadas. Se arquean unas y se retuercen otras. Conducir por ellas
es cuestión de paciencia y concentración. Bajo hasta la Avenida Marítima para
aparcar. Inicio el descubrimiento de la ciudad. Hace demasiados años que estuve
un suspiro por sus calles. No recuerdo nada.
El eje principal es la Calle
Real, O’Daly, que agrupa la historia hecha fachadas. Al peatonalizarla la han
devuelto al ciudadano de a pie, al paseo, a la observación lenta de quien se
acerca hasta ella. Las portadas en piedra se asoman con gesto aristocrático y
una elegancia suprema. Un cartel explica las bondades de la Casa Salazar, la
que resume las bondades de las demás.
Un ensanche marca la
Plaza de España. El Ayuntamiento es el edificio de dos cuerpos con los cuatro
arcos a través de los que se accede a la escalera y a las salas nobles. A su
costado, una callejuela conecta con la paralela, que sigue una estructura de casas
coloniales preciosas. Los relieves del buen y mal gobierno compiten por llamar
la atención en la fachada. En el interior contemplo “La romería”, los murales
con escenas cotidianas del campo.
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