Pensamos que no hay mejor
homenaje a la isla que el disfrute de su pescado. No degustarlo es pecado, sin
ese. El término pescado fresco no es una entelequia sino una realidad en San
Andrés. Nos introducimos en sus calles, descendemos, y alcanzamos la plaza
donde nos han aconsejado un restaurante sencillo y de calidad impecable. El
abadejo es especial. Lo acompañamos con unas papas arrugás y mojo.
Con la tripa llena y el
vino subiéndose de forma vertiginosa, caminamos un poco, damos juego a las
rodillas y nos fotografiamos en un improvisado mirador donde las plataneras
caen en cascada hasta el extremo del acantilado.
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