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La Palma (2005). El mar se dejó seducir por los barrancos 16. Los Nacientes de Marcos y Cordero V.



En algunos túneles los huecos en la piedra son ojos que se asoman al vacío y que incrementan el vértigo y los estallidos de adrenalina. No sabemos si esas ventanas eran necesarias o si las tallaron para solaz del visitante.

El avance deja sus huellas llenando de restregones de barro la ropa. No por ello deja de ser un paseo magnífico. El esfuerzo es sencillo. En ningún momento hemos sentido cansancio, agobio o deseo de que se acabe el obstáculo.


Perdemos la cuenta. Hacia el nueve o el diez se anuncia el final: enfrente se exhiben unos torrentes que manan de la roca. El ruido de una catarata se hace evidente en lontananza.

El último es la máxima prueba para obtener el diploma. En la entrada se amontonan chubasqueros que son bolsas de plástico. Nos disfrazamos, nos reímos con las pintas indignas y nos lanzamos a la conquista de la última oscuridad. El agua cae sobre nosotros y nos empapa sin piedad. Caminamos sobre un separador de unos diez centímetros como gimnastas sobre una barra fija. La luz la aportan las ventanas naturales.


Nos desprendemos de los plásticos, verificamos el empape, notamos que la temperatura es aun agradable y dejamos que se seque la ropa. Sin descanso, ascendemos por la escalera tallada en la montaña. Nos queda el último tramo.

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