Vamos rodeando el recinto
observando los muros de piedra, hacia la izquierda, y el campo, casi llano y
bien cuidado, a la derecha. Al ser un punto ligeramente elevado se domina con
la vista, en círculo, una zona amplia.
Domina el color ocre claro, de
arena, que reverbera con el sol inclemente y achicharrante. Las piedras
originales se diferencian de las reconstruidas por un pequeño hilo planteado.
En algunos tramos no se ha excavado totalmente y las piedras conviven con el
barro. Hacia el interior, está más consolidado.
En torno a la muralla exterior
se concentraban los enterramientos. Con el tiempo, se pasó a la incineración. Las
cenizas se introducían en una urna y se enterraban con algún objeto cotidiano
de cerámica.
Subimos por una ligera rampa y
nos introducimos entre los muros. Aparecen los pequeños silos. El trazado se
hace sinuoso. Nos transformamos en improvisados arqueólogos o en pacíficos
invasores de visita. Los pasillos o galerías entre los muchos son estrechos. Nos
vamos acercando al núcleo, a la torre circular, vamos subiendo por pequeñas
escaleras. Se amplían las panorámicas.
Desde el agua del pozo a lo alto
de la torre hay 32 metros. El pozo está perfectamente forrado de piedra. Una
marca en el muro determina hasta donde subió el nivel del agua hace pocos años.
Es una extraordinaria obra de ingeniería que todos admiramos. Tiene algo de
iniciático o mágico. Es la imagen de marca del yacimiento. Los escalonamientos,
contrafuertes, escaleras y muros curvos forman un conjunto que hipnotiza desde
lo alto.
Nuestro premio será un paseo por
Daimiel, una cerveza a la sombra y una comida en Casa Santi, un clásico de la
población.
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