Paro a la entrada de Sot de
Chera, al final de esa sucesión de curvas encastradas en las montañas celosas
de mantener su intimidad. Se abre el paisaje aunque las montañas no cesan en su
presencia protectora. Se despliegan las huertas, la torre del castillo, la
iglesia, el pueblo adaptado a los caprichos del terreno. Volveré a observarlo
desde el otro extremo, en lo alto, donde la ermita de San Roque, el patrón de
la población.
El río atraviesa el pueblo, le
da vida. Alimenta un par de molinos históricos, un lavadero, riega los campos
que dan riqueza en parcelas pequeñas donde cultivan frutales o legumbres. Asoman
edificios de cuatro plantas y ventanas coloridas.
La historia se remonta a iberos,
romanos y musulmanes. Estos últimos legaron el castillo. Aun se hiergue con
orgullo su torre principal. En torno a él se estructuró el pueblo. La otra
torre es la de la iglesia de San Sebastián Mártir, del siglo XVII, que guarda
un retablo de Juan de Juanes.
La ermita de San Roque es el
mirador más privilegiado sobre la población. Con buen tiempo se transforma en
una agradable zona de recreo. Leo que acoge una tradición que arranca desde el
final de la Guerra Civil. Una lámpara de aceite alumbraba su interior permanentemente
gracias a los desvelos de una vecina que se encargaba de que siempre estuviera
encendida. Con el tiempo, se sustituyó por velas. Sin duda, esa tradición nace
de una historia y que la dota de un significado que me gustaría averiguar. La
llave de la ermita pasa de casa en casa y está a disposición de cualquier
vecino que quiera visitarla. Escucho solamente el sonido del río y un perro que
ladra.
Avanzo pausadamente para
empaparme del paisaje. El cielo va abriendo y aventura un mediodía generoso de
sol. Los matices se definen mejor. Ayer estaba deseando marcharme y dejar atrás
la lluvia. Hoy me resultará doloroso abandonar estos lugares valencianos.
Paro en el puerto de Sot de
Chera, a 467 metros sobre el nivel del mar. Divide los términos municipales de
Sot y Chulilla. También sus vertientes. Desde ese punto contemplo un amplio
valle, otras crestas rocosas y el pueblo de Chulilla con las Hoces del Turia a
su espalda. Las cigarras cantan con intensidad, abre el cielo y el sol acaricia
con fuerza. Las moscas se disponen para sus vuelos de reconocimiento sobre ese
intruso que soy yo. Los pueblos son manchas blancas en el valle o en la falda
de las montañas.
0 comments:
Publicar un comentario