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la comarca de los Serranos 19. Sot de Chera.


Paro a la entrada de Sot de Chera, al final de esa sucesión de curvas encastradas en las montañas celosas de mantener su intimidad. Se abre el paisaje aunque las montañas no cesan en su presencia protectora. Se despliegan las huertas, la torre del castillo, la iglesia, el pueblo adaptado a los caprichos del terreno. Volveré a observarlo desde el otro extremo, en lo alto, donde la ermita de San Roque, el patrón de la población.


El río atraviesa el pueblo, le da vida. Alimenta un par de molinos históricos, un lavadero, riega los campos que dan riqueza en parcelas pequeñas donde cultivan frutales o legumbres. Asoman edificios de cuatro plantas y ventanas coloridas.


La historia se remonta a iberos, romanos y musulmanes. Estos últimos legaron el castillo. Aun se hiergue con orgullo su torre principal. En torno a él se estructuró el pueblo. La otra torre es la de la iglesia de San Sebastián Mártir, del siglo XVII, que guarda un retablo de Juan de Juanes.


La ermita de San Roque es el mirador más privilegiado sobre la población. Con buen tiempo se transforma en una agradable zona de recreo. Leo que acoge una tradición que arranca desde el final de la Guerra Civil. Una lámpara de aceite alumbraba su interior permanentemente gracias a los desvelos de una vecina que se encargaba de que siempre estuviera encendida. Con el tiempo, se sustituyó por velas. Sin duda, esa tradición nace de una historia y que la dota de un significado que me gustaría averiguar. La llave de la ermita pasa de casa en casa y está a disposición de cualquier vecino que quiera visitarla. Escucho solamente el sonido del río y un perro que ladra.

Avanzo pausadamente para empaparme del paisaje. El cielo va abriendo y aventura un mediodía generoso de sol. Los matices se definen mejor. Ayer estaba deseando marcharme y dejar atrás la lluvia. Hoy me resultará doloroso abandonar estos lugares valencianos.


Paro en el puerto de Sot de Chera, a 467 metros sobre el nivel del mar. Divide los términos municipales de Sot y Chulilla. También sus vertientes. Desde ese punto contemplo un amplio valle, otras crestas rocosas y el pueblo de Chulilla con las Hoces del Turia a su espalda. Las cigarras cantan con intensidad, abre el cielo y el sol acaricia con fuerza. Las moscas se disponen para sus vuelos de reconocimiento sobre ese intruso que soy yo. Los pueblos son manchas blancas en el valle o en la falda de las montañas.

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