Tomo la carretera CV 395, la
misma que me devolvió a Requena sumido en el diluvio. Aunque el cielo está
plomizo y el sol no se decide a salir de su escondite, la ausencia de lluvia me
permite conducir relajado y disfrutar del paisaje hacia Chera. Chera es
naturaleza, un destino geológico y paisajísticamente muy interesante lo que le
ha convertido en un municipio de turismo rural, su principal riqueza. Lo
complementa con la agricultura de montaña. Cuenta con unos 500 habitantes.
Un cartel anima a desviarse
antes de cruzar el pueblo hacia el Chorrero de la Castellana y las cuevas de la
Garita. El camino lo enmarcan los almendros, el matorral de jugoso verde cubre
la tierra roja, más encarnada por las recientes lluvias. Una niebla baja devora
las montañas del horizonte y regala un ambiente fantasmagórico, irreal, más
propio de una escena de película de suspense que de una estampa bucólica. El
paisaje tiene fuerza.
En unas peñas descarnadas, a mi derecha,
se desliza un pequeño hilo de agua que en otras épocas del año forma una
hermosa cascada. Las cuevas que han sido talladas en su concavidad darían para
muchas aventuras, que aconsejo al que disponga de tiempo para ello.
Algo más a la izquierda, sobre
una de las lomas, los restos del castillo de origen musulmán “que dominaba la
vega circundante, el desfiladero de Tormagal y el viario de Requena a
Chulilla”, según leo en Wikipedia. Probablemente sea del siglo XII y,
desgraciadamente, queda bastante poco de aquella fortaleza cuadrada.
Nuevamente los musulmanes
aparecen en escena ya que fueron los grandes impulsores de la agricultura. A
ellos se deben las veinticinco alquerías en que se organizó la explotación
agrícola del valle. En el siglo XIII siguió la suerte de Alpuente y otras
localidades cercanas y fue conquistada por Jaime I, que la donó a Hurtado de
Liori. En la Guerra de las Fronteras entre Castilla y Aragón fue tomada por la
primera que la cedió al final de la contienda, en 1436, a la segunda. La
expulsión de los moriscos causó un verdadero trauma en la zona, que quedó
despoblada. Hubo que acudir a la concesión de privilegios por la Carta Puebla
de 1540 para su repoblación.
Regreso a la carretera, paso el
pueblo y estaciono el coche cerca de la entrada del desfiladero de Tormagal,
donde las montañas dejan un estrecho paso sinuoso con un barranco provocado por
una gran falla generada hace 65 millones de años y que recorre la zona. El
pueblo se delinea como una franja blanca en la que sobresale la iglesia de los
Ángeles. El otro gran edificio era la casa del Conde, actualmente en ruinas. La
ermita que construyó el anacoreta Vicente Jordá, en 1681, también está en ese
estado. En torno a ella hubo una comunidad de ermitaños favorecida por el
aislamiento y las cuevas.
Las montañas que rodean Chera
superan los mil metros. En las zonas más planas se despliegan los cultivos
sobre bancales.
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