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La comarca de los Serranos 8. Alpuente I.



Desde Tuéjar, que también es un río que nace cerca del pueblo, me despisto, rehago una parte del trayecto anterior, desconfío de Google Maps, que me llevaría por algún lugar desconocido, y aparezco en una buena carretera. Tardo unos 20 minutos en alcanzar Titaguas, que dejo para después.

Se abre un amplio valle de gran verdor y fertilidad, lo esencial para que se establezca la gente y progrese. Lo malo es que esos elementos de progreso atraen a los enemigos, que querrán hacerse con esa fuente de riqueza. Para defenderse, se establecieron fortalezas y castillos situados estratégicamente para un debido control. Una de esas fortalezas fue Alpuente.

Hace algunos años, cuando leí sobre la España musulmana y la caída del Califato de Córdoba, me sorprendió la gran cantidad de pequeños reinos de taifas que se generaron. Algunos de ellos fueron presa fácil de los reinos cristianos que los conquistaron, perdiendo su independencia. Uno de ellos fue Alpuente, incrustado en las montañas, en un cruce de caminos entre varias entidades más poderosos. Sin embargo, supo mantenerse soberano durante décadas y gozó de una gran prosperidad.

El lugar tuvo un evidente valor estratégico desde tiempo de los romanos, que instalaron una fortaleza para controlar la ruta que unía Valencia con Aragón. Ese valor se mantuvo constante y los árabes fueron conscientes de ello y erigieron una fortaleza hacia el siglo X, que fue el germen del castillo, que ha sufrido muchas vicisitudes hasta nuestros días.

Desde el llano, la ciudad fortificada desaparecía al iniciar las rampas que conducían a ella. Me imagino a los invasores subiendo esas cuestas con sus pertrechos e impedimentos hacia el lugar inexpugnable, batidos por el frío y la nieve en invierno y por el sol inclemente en el verano. Esos ejércitos no se pararían a contemplar el paisaje, salvo que les diera una pista para poder conquistar su objetivo.

Dejo el coche junto a otros aparcados en un pequeño lugar que se asuma al valle. Un grupo de señores mayores me saludan y siguen su palique. Busco el mejor lugar para observar los campos, abajo, y el pueblo, a mi izquierda. Parece que cualquier sitio es un mirador improvisado aunque igual de hermoso.

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