El día amanece insensato. Cuando
me asomo a la ventana, al levantarme, el cielo está cubierto de nubes
amenazadoras. Después de desayunar, el suelo del aparcamiento, donde ha dejado
su rastro la lluvia nocturna, brilla con intensidad, daña a la vista.
Sobre el mapa he trazado un
recorrido circular que me conduce inicialmente por la N-III hasta Utiel. En la
antigua carretera nacional se alternan las viñas y las bodegas. Tomo el desvío
hacia Landete y Teruel, y al saltar Utiel, la CV 390 hacia Benagéber. Abandono el
llano y me introduzco en la montaña. Después de tantos años recorriendo la
carretera hacia Levante me he decidido a explorar las montañas que quedaban al
fondo del horizonte.
El paisaje es verde y
pintoresco, con escasa presencia humana. Se inicia el ascenso, se apodera del
entorno un bosque denso, de pinos principalmente, con pequeños viñedos en los
huecos que permite el arbolado, como si quisieran que la transición fuera
suave. Paro un par de veces para observar el paisaje de suaves colinas hacia
donde se pierde la vista. En un lugar donde se ausentan los árboles la erosión
es tremenda. Atrás quedan algunas casas de campo con más aspecto de segundas
residencias que de explotaciones agropecuarias.
El pueblo está en un pequeño
valle, aunque este emplazamiento es reciente. Al construir la presa de Benagéber,
el núcleo originario quedó inundado, con sus tierras, y se desplazó unos pocos
kilómetros. Ahora lo habitan menos de doscientas personas. El lugar que ocuparon
romanos y musulmanes, que fue campo de batalla en las Guerras Carlistas, ya no
es visitable.
Ofrece muchas opciones para
caminatas hermosas y como el tiempo es limitado me decanto por los chorros de Barchel.
Atravieso el pueblo, sigo los indicadores y la carretera se va convirtiendo en
camino. Desciende, tomo alguna curva arriesgada y decidido aparcar donde soy
consciente de que podré dar la vuelta sin problemas.
Al fondo de este segundo valle
rodeado por soberbios padrones de la sierra, se acoplan unas casas y una
pequeña explotación agropecuaria. Un tajo en las montañas marca el chorro, que
está bastante seco. Bajo unos cuantos cientos de metros, pero sin la intención
de alcanzar lo más profundo. Tomo una senda y me asomo a otro entorno más
abierto. El bosque lo cubre todo, tanto las montañas como los valles encajados.
De regreso a la carretera compruebo
que ésta es zona de adiestramiento de perros y de cotos de caza privados. La
mayoría de los bosques son comunales. Los caminos los recorren aguerridos
ciclistas en pequeños grupos.
Después de un repaso por Internet
me doy cuenta de que lo que he contemplado no deben ser los chorros de Barchel.
Tendría que haber rodeado por los cañones del Turia y acceder a una cascada de
unos 50 metros. Una de las rutas para alcanzarlos parte del embalse, pasa por
un par de miradores y se prolonga en un puente de madera sobre el Turia. Qué le
vamos a hacer: lo que he visto me ha gustado y así tendré una excusa para
regresar.
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