Muy cerca está la Casa-Museo de
la Seda, que cierra en el momento de mi llegada. En esa casa se reunía el
gremio de la seda, tan potente en todo el Levante español. Felipe V, consciente
de esa fuente de riqueza, le otorgó estatuto en 1725. Requena tuvo en sus
mejores momentos unos ochocientos telares.
Rodeo la fachada redonda de la
capilla de la Comunión, con su cúpula de azulejos azules, observo la iglesia de
El Salvador y me planto ante su pórtico gótico isabelino. La figura del
parteluz ha desaparecido y las esculturas de los lados han sido decapitadas,
pero en las arquivoltas se suceden ángeles y personajes bíblicos. Es
espectacular.
El estado de salud del casco
antiguo es desigual y quizá se debería intentar homogeneizarlo para dar una
buena sensación de conjunto bien conservado. Algunos edificios están
rehabilitados y sus fachadas sencillas y armoniosas elevan el espíritu.
Desgraciadamente, hay mucha infravivienda que está a punto de colapsar, casas
abandonadas, solares que dan pena. Hay carteles que anuncian diversas
intervenciones y eso da esperanzas de que se recupere y sea el orgullo de la
población.
El vino está muy presente en
todo el trazado. Requena puede vanagloriarse de celebrar la fiesta de la
vendimia más antigua de España. Cuenta con un museo de la Vendimia y un museo
del Vino, en el palacio del Cid, más al sur. Abundan los locales donde
degustarlo y comprarlo. Es la principal fuente de riqueza y una de sus señas de
identidad.
El palacio del Cid, en la calle
Somera, es una imponente mansión del siglo XV. Cuentan que aquí estuvo el lugar
donde el insigne guerrero, en 1089, se entrevistó con el rey Alfonso VI para
negociar los esponsales de sus hijas con los Infantes de Carrión. También se
aposentaron en el lugar algunos de los Treinta Caballeros de la nómina.
Mis pasos me llevan frente a la
casa de Santa Teresa. No se tiene constancia de que la santa visitara la
ciudad. La casa honra a la misma y a su orden religiosa. No queda nada más que
un hermoso escudo.
Más abajo me encuentro con unos
niños que juegan animadamente. En una plaza asoma la fachada de san Nicolás,
otra de las parroquias principales. Me introduzco por los callejones poblados
por gente humilde, salgo a las murallas, contemplo como el sol se desvanece,
continúo hasta la cuesta del Ángel y las del Cristo, me dejo llevar por calles
curiosas, como la de la Cárcel o los Casares. No hay apenas movimiento. El mal
tiempo ha acobardado a la gente. Peor hará al día siguiente.
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