No me entretengo mucho más
porque quiero visitar los restos de la gran obra de ingeniería romana de la
zona: el acueducto de Peña Cortada. Cuando contemplé sus imágenes en los
folletos turísticos decidí que sería uno de mis destinos inmediatos.
Enfilo hacia la montaña y la
plaza de toros, continúo un buen rato por la carretera, dejo para el regreso la
torre de vigía, y sigo las indicaciones. No tiene pérdida. Un camino de tierra
en razonable estado me dirige hacia la hondura. A mi izquierda, peñas afiladas
que dan respecto. El terreno está abancalado y cultivado.
Las nubes han ido cubriendo el
sol. Nadie diría que son las cinco de la tarde. Caen las primeras gotas
tímidas. Me cruzo con otros vehículos que regresan. Me acompaña otro coche a la
espalda.
La obra hidráulica se componía
de arcos y túneles que salvaban los accidentes del terreno en una extensión de
más de 28 kilómetros. Mi objetivo son los arcos que salvan un espectacular tajo
del terreno. Unos primeros arcos cruzan el camino. Paro y los fotografío. Continúo
hasta una explanada donde aparco. Un panel explica los diferentes elementos que
componían la obra, mucho más compleja de lo que inicialmente creía.
Se anima la lluvia y saco el
paraguas, que me servirá inicialmente como bastón, hasta que temo calarme. La
senda es estrecha y resbaladiza, atraviesa el matorral. No llevo el mejor
calzado para la caminata, con lo que desisto al enfurecerse la lluvia.
No dejará de llover en toda la
tarde, con intensidad, sin tregua, como si el cielo estuviera celoso y quisiera
que desistiera. Debe creerme un entrometido.
La otra vía de acceso al
acueducto es por el pueblo de Calles. Por eso, abandono la carretera, amago la búsqueda,
tampoco veo referencias de la Ruta del Agua y desisto. Calles la contemplaré
desde la carretera, de cerca, en conjunto, con las peñas a la espalda. No cruzaré el puente ni entraré en la
población.
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